Esqueletomaquia: nuevo discurso del método


Me reía yo en el último texto aquí publicado del método empleado por Dionisio Gamallo Fierros para dilucidar si fue el genuino cráneo de Goya el que sirvió de modelo a su abuelo. El procedimiento seguido fue cotejar la pintura de la calavera con el retrato de Goya realizado por Vicente López: “Fingí mentalmente –explicó Gamallo– un proceso gradual de descarnamiento de la cabeza, que me llevase, por sucesivas restas y progresivas transformaciones, al retrato del cráneo. La prueba fue plenamente satisfactoria”. Lo que permitió burlarme del rigor científico de tal examen no fue más que la ignorancia, cuyo proverbial atrevimiento se me ha revelado crudamente tras obtener algunas informaciones.

La primera de ellas la ofrece Russell Shorto. En su libro Los huesos de Descartes cuenta que, en 1912, la Academia de Ciencias francesa encargó a Paul Richer estudiar la autenticidad de un cráneo atribuido al filósofo. Richer encargó a un dibujante técnico que trazase el boceto de la calavera del Descartes que retrató Frans Hals en un cuadro conservado en el Louvre; dicho en otras palabras, que fingiese un proceso gradual de descarnamiento de la cabeza pintada por Hals. El resultado fue comparado con otro dibujo, realizado por el propio Richer, del cráneo en cuestión, en la misma posición y a la misma escala que el retrato del Louvre. Paul Richer podría haberse dedicado a escribir un nuevo Discurso del método explicando los pormenores del procedimiento seguido y las conclusiones obtenidas. Prefirió, sin embargo, hacerlo en una sesión a la que fueron convocados los miembros de la Academia y la prensa. En aquella ocasión mostró las extraordinarias coincidencias de ambos dibujos: la misma frente retirada, idéntica la proyección de los arcos orbitales y de los huesos nasales, pasmosa la similitud que presentaba distancia nasoalveolar en los dos dibujos… El público y los titulares de la prensa del día siguiente no pudieron hacer otra cosa que exclamar admirativamente: “El cráneo de Descartes es auténtico”. Le Figaro añadía que “el método aplicado por el sabio anatomista es una maravilla desde el punto de vista de la lógica científica” y celebraba el desarrollo de un método aplicable a futuras reconstrucciones antropológicas. Quienes sonrían ante tal proclamación, deben aguardar un instante.

Recientemente una cabeza embalsamada, atribuida al rey Enrique IV de Francia, ha sido estudiada para verificar su autenticidad. El Paul Richer del siglo XXI es el médico Philippe Charlier, también conocido –y no es broma– como el Indiana Jones de los cementerios, un apodo que se ha ganado a pulso. La autora de un reportaje publicado algunas semanas atrás por El País Semanal se mostraba impresionada con su currículum histórico-forense: a él, con sólo 33 años, se debe la revelación de que Agnès Sorel, la amante de Carlos VII, fue envenenada con mercurio y que una costilla, atribuida hasta entonces a Juana de Arco, perteneció realmente a una momia egipcia. Pues bien, el eminente Charlier ha dirigido un equipo multidisciplinar de diecinueve especialistas empeñados en desvelar si la cabeza era una reliquia regia o un fraude. Genetistas, antropólogos, radiólogos, paleopatólogos y hasta perfumistas de la casa Guerlain han sumado sus ciencias para concluir: “Si no es Enrique IV, es su doble”. Para alcanzar esta formidable deducción resultó fundamental la informática que permitió la reconstrucción facial a partir de imágenes escaneadas. Al parecer, la proyección hipotética de la cara que pudo tener la momia en vida mostraba un prodigioso parecido con los retratos de Enrique IV. He ahí la prueba definitiva e incontestable que se buscaba. La autora del reportaje obligaba a sus lectores a sentirse muy impresionados por la eficacia real de un método que parecía copiado de un capítulo de la serie CSI. A mí, francamente, me resulta muy difícil ver grandes diferencias metodológicas entre el proceso de gradual encarnamiento de la cabeza modificada que llevó a cabo el equipo de Charlier y el proceso de gradual descarnamiento ensayado por Gamallo Fierros y, antes, por Paul Richer. Tampoco sé por qué hemos de tener más fe en el rigor científico de un ordenador que en la mano del dibujante de Richer o en la imaginación nicotínica de Gamallo; no hay que olvidar que el ordenador habrá sido manejado por la mano de un informático que bien pudiera ser fumador, aunque a este último respecto no tenemos noticias.

Por otra parte, uno de los escollos que encontró el equipo de Charlier en sus investigaciones fue que la momia presentaba un agujero en la oreja, indicio de un pendiente. El piercing amenazaba con desbaratar la tesis que afirmaba la autenticidad de la cabeza, puesto que no había constancia documental de que Enrique IV adornara de ese modo su oreja. Buscando y rebuscando, el hallazgo de un grabado de Ganières en el que el rey lucía un pequeño pendiente permitió respirar tranquilos a los científicos. Así que, finalmente, para la ciencia de la informática y del ADN, la prueba última y definitiva sigue siendo un retrato. Quién se acuerda ahora del anticuario Jacques Bellanger, anterior propietario de la regia cabeza, a quien nadie escuchaba cuando defendía su autenticidad por el parecido más que razonable que presentaba con los retratos conservados del monarca; quién de Richer y Gamallo Fierros.

No sólo he descubierto que Gamallo era un pionero y el suyo, un método de irreprochable rigor científico; sino que el procedimiento también tenía posibilidades artísticas. Fueron las que explotó el pintor Carlos González Ragel, también conocido como Skeletoff y que logró fama por sus descarnados retratos, léase literalmente, porque sus modelos lucían en los lienzos sólo la osamenta. Una de sus obras, inspirada en un autorretrato de Goya, en la que el pintor de Fuendetodos luce una gloriosa calavera sobre los hombros, haría las delicias de Gamallo Fierros. “Esqueletomaquia” fue el nombre que Ragel dio a al método y género que él creía haber fundado. Según decía el diario ABC en 1955, sus retratados no podían molestarse “por más o menos carne puesta sobre sus cartílagos, ya que la obra de este pintor, humorista hasta la médula, se basa en suprimir toda carnosidad, como si su trabajo saliera de una continuada y extremada cuaresma”.

Y como en cuaresma estamos, me ha parecido pertinente reconocer excesos pasados y como penitencia, vaya este elogio de la esquelotomaquia de Gamallo Fierros.


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