Deogracias Gratis et Amore (I)




No es nuevo. Éste siempre ha sido el país del sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el hilo. Así que los que no daban puntada sin nudo y, además, pretendían cobrarla se quejaron airadamente de la competencia desleal que reventaba el negocio. Por ejemplo, Leopoldo Alas. Nunca afinó su clarín periodístico de balde y fue llamado pesetero (de forma impropia, porque la unidad de medida del rendimiento económico del artículo no era la peseta, sino el duro) y gruñó mil veces contra los que escribían por nada. Pero el 11 de octubre de 1882, en El Porvenir, empleó una saña inusitada para espetar su pluma en el menguado cuerpo de un tipo que bautizó con el nombre de Deogracias y apellidó, con redundante patronímico, Gratis et Amore: 

“¿De qué vive Deogracias Gratis et Amore? Lo que es de las letras, no; porque el muy condenado cultiva el arte por la vanidad, y en su vida ha visto una peseta procedente de la administración de un periódico. Debe tener alguna renta modesta, pero que le da lo suficiente, por desgracia, para no necesitar del trabajo para sustentar el cuerpo. El alma vive de las letras de molde. […]
Una vez le citaron en la Cacharrería del Ateneo para fundar una revista científico-literaria que iba a llenar un gran vacío. El autor del pensamiento, fabricante de tinta (¡si sabría de letras!), dijo que era necesario, de una vez para siempre, levantar la ciencia y el arte de la secular postración en que yacían, por culpa de Felipe II, primero, y de Ducazcal, después. Al efecto había procurado reunir lo más selecto de la juventud, la flor del talento, etcétera, etcétera. Y Gratis creyó firmemente que él y el fabricante de tinta eran parte integrante de la nata y flor del ingenio hispanoamericano […]. Pero no se fundó la revista, porque el fabricante de tinta dijo que los artículos se pagarían, por ahora, y sin perjuicio, a 30 reales. Parecióle poco dinero a uno de los conocidos, que por lo visto vivía de la pluma, sin vergüenza de ello.
-Señores, si somos o no ingenios tan portentosos como el preopinante asegura, yo no lo discutiré; pero sí digo que, bueno o malo, mi talento, no se exprime por 30 reales; que no soy yo una vaca suiza para dejarme… En fin, que habló de mala manera, y tras él fueron opinando los demás lo mismo. Todo lo cual le pareció una herejía a Gratis, quien ofreció llenar él solo de balde el periódico, sin más colaboradores que la Agencia general de anuncios y el pie de imprenta. Y en esto se quedó la revista. Publicóse el primer número con el siguiente sumario, y, lo que es peor, con el contenido de lo que el sumario anunciaba:
Nuestro propósito, por la Redacción (Gratis).- Revista Europea, por Nemo (Gratis).- Ecos, por Quis vel qui (Gratis).- Nuestro grabado, por Quidam (Gratis).- Estudios sociales, por La Incógnita (Gratis), y Sección recreativa, Logogrifo, charada, fuga de vocales y problema de ajedrez, por… el fabricante de tinta, hombre muy curioso. […]
En cuanto amanece Dios, y el mozo de día de la redacción acaba de hacer la limpieza; cuando aún no se ha secado el agua con que regó los gastados ladrillos del pavimento, se presenta Gratis, y con timidez pregunta por el director. El mozo de día, que ya está hasta aquí de aquel señorito, que no hace más que entrar y salir y revolverlo todo, contesta malhumorado: ‘Pero hombre de Dios, ¿usted cree que el señor director es una burra de leche para madrugar tanto? –No importa, ahí queda eso, no deje usted de advertírselo. –¿El qué? Pues eso, que ahí queda eso… el juicio crítico del estreno, debajo del pisapapeles’. […]
Por fin llega el director […]. –Este mequetrefe de Gratis es un badulaque… Valientes majaderías dirá en este artículo. Puf… Y apenas es largo… Como que se extiende en consideraciones ¿qué dice aquí?: ‘La carcajada de Aristófanes repercutió en la carcajada de Molière’.
No; y saber, sabe. Sobre todo para lo que cuesta… ‘¿Qué tal andamos de original? […] Publiquen el artículo de Gratis… con regletas, que eso le gusta mucho a él’.
En otro periódico, Gratis escribe las crónicas del Congreso. Llama animal a todo orador que no tiene renombre, y dice que rebuznan, y compara el Congreso con la plaza de toros, y dice que Posada cogió el cencerro, etcétera, etcétera. El director de este diario que es un socarrón, utiliza los servicios de Gratis publicando sus escritos en la parte en que se refieren los hechos; pero al corregir las pruebas le quita las ocurrencias, los chistes; y Gratis no se queja, porque reconoce que él es demasiado mordaz, ¡muy duro!, ¡muy duro! Y no quiere comprometer al periódico.
En cierta revista, parecida a la del fabricante, pero con dinero, publica Gratis la sección bibliográfica… y no la cobra. Varios escritores han solicitado la plaza; pero el propietario, en vista de que los autores se dan por satisfechos con las alabanzas inveteradas del crítico gratuito, le conserva en su puesto. Gratis se muere de gusto; cuando recibe un volumen intonso, rompe la primera hoja y lee: ‘Al distinguido crítico… al eminente literato’, y después su nombre y debajo la firma de algún escritor conocido: ¡Un autógrafo! ¡Y dedicado a mí!, piensa; y esto le apasiona, y la gratitud le hace ver un genio en cada amigote que publica libros. Así es que, fuera de algunos autores a quienes ha cogido mala voluntad, Dios sabe por qué, porque son neos o porque saben latín, verbigracia, a todos los demás alaba y pone por las nubes. Si el autor es poco conocido, como suele suceder, empieza Gratis lamentando en tono elegiaco la postergación del genio. Después compara a don Juan Pérez y Fernández (el autor) con Byron o con Shakespeare, si es poeta; con Hegel y Kant, si filósofo; y si por un concepto no llega su amigo tan arriba por tal y tal otro, aventaja a los más altos. Ni el público, ni el autor, ni el director de la revista, ni Gratis, creen lo que Gratis dice: ¿por qué se publican entonces sus artículos? Es muy sencillo: porque el público no lee; porque a Gratis le basta verse en letras de molde y con fama de crítico; porque a los autores les gusta verse alabados, aunque sea por un necio, y, sobre todo, porque la empresa preferirá siempre los artículos que no cuestan dinero.
[…] No importa que en día determinado no haya asunto de interés actual, ni un libro, ni un estreno; entonces Gratis recurre a los tópicos de la literatura cursi, en cuyo seno ha nacido y espera vivir y morir, y escribe: Los derechos del hombre, La pena de muerte, El drama en Rusia, La novela en Pekín, Los girondinos o Nuestra misión en África. […] Yo creo que tiene una maquinilla para hacer artículos, parecida a la de hacer cigarros de papel; cualquiera diría que, al mismo tiempo que escribe con la mano, escribe con los pies, si no estuviera averiguado que únicamente con los pies escribe.
Con su eterna sonrisa, con su cara limpia, con sus manos lavadas, con su traje correcto, está a todas horas en todas las redacciones, dispuesto siempre a decir con cara de ángel al director, apurado, hambriento de original: ‘¡Ahí tiene usted eso, vea si le sirve, es cualquier cosa, sirve para un hueco… lo hice jugando…’ ¡Maldito de cocer! ¿Cuándo, dónde, cómo escribes? Señor ministro de Hacienda, a estos escritores de lujo, como los perros, ¿no se les podría echar una contribución, ya que la estricnina no cabe, porque al fin son hombres, aunque malos? Señores, se ha hablado mucho contra el trabajo de los presidiarios; pero ¿no vale la pena decir algo contra los trabajos forzados de estos galeotes?”

¡Estricnina para Deogracias! Parece un poco excesivo tanto acero para acribillar a la especie, no más que una “polilla” periodística, según la catalogó el propio Clarín. Cualquier entomólogo diría que un alfiler basta para prender al bicho en el insectario. Pero admitamos que nuestro juicio es parcial, porque somos la plaga que desciende del infesto Gratis et Amore. Clavaditos a él, si no fuera porque nosotros no disfrutamos de la renta que regala una vida ociosa y despreocupada. Si, encima, la colaboración periodística no nos proporciona entradas para los estrenos o el título de “eminente crítico”, si no aprovechamos el artículo para publicitar las obras de los amigotes, sólo cabe concluir que la polilla periodística ha degenerado en la más abismal estupidez. Precisamente por eso jamás conseguiremos cobrar nuestras ocurrencias, los tópicos de la literatura cursi que practicamos, porque es cierto que las empresas no quieren empleados demasiado listos, pero desconfían todavía mucho más de los perfectos imbéciles. Ni siquiera somos capaces de organizar la resistencia sindical, seguimos escribiendo de balde y jamás aceptaremos la modesta proposición que denunciaría la esclavitud: firmar, todos a una, siempre y en todo lugar, con el seudónimo Deogracias Gratis et Amore. Porque somos polillas vanidosas y narcisistas que viven de ver su nombre en letras de molde. Clarín nos tenía bien calados.

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