El gerundio


Una gedeonada de Gedeón (5-XII-1909)

Para hostilidad implacable, la que el periodismo profesa al gerundio. La primera súplica de cualquier preceptiva periodística es aquella que formulaba la pizarra en la redacción de El Sol: “Se ruega a los compañeros el uso moderadísimo del gerundio”. Estamos catequizados en el odio cerval al maligno. Y, sin embargo, no hemos desterrado las gerundiadas de la cháchara noticiosa. Imposible prescindir de ellas: cumplen una función de importancia mayúscula para la supervivencia profesional del gacetillero. Francisco Coves la explicó perfectamente:

«Por entonces era yo periodista, y periodista hábil por cierto. Les diré a ustedes, por si les interesa, que la habilidad del periodista consiste en no hacer literatura. Claro que hay veces que, por muy buena intención que se lleve, le sale a uno literatura. Y si se trata de un periodista novato se limitará a lamentarlo, pues ya se guardará bien el redactor-jefe de iniciarlo; sólo le dirá con una concisión cruel: “Fulano, no me haga usted literatura; el periodismo es otra cosa”. Pero si se trata de un gacetillero experto que, sin querer, ha hecho literatura, pronto sabrá remediarlo. Le bastará quitar algunos “punto y seguido” y sustituirlos por gerundios. Por ejemplo: “Ramón Camínez Menchúlez. Carretera de su pueblo. Ramón contempla un arbolito del camino. Suena un tiro. Camínez cae herido de gravedad y a poco fallece al pie del árbol”. Esto, como ustedes ven, es literatura. Observen ahora lo pronto que se hace uno periodista: “Ramón Camínez Menchúlez, ‘hallándose’ en la carretera de su pueblo ‘contemplando’ un árbol del camino, oyó un tiro, ‘cayendo’  herido de gravedad y ‘muriendo’ a poco al pie del árbol”. Esto ya es noticia.  Lo que hace falta es no confundir el pie del árbol con el del herido y decir que el árbol resultó herido en un pie y que el muerto tenía las raíces hechas polvo…».

Es decir, el hábito hace al monje y las levitas del sastre Sánchez de To K, al periodista. 

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