Arcadi Espada y Karl Kraus

John Lewis Gaddis defiende que la escritura de los historiadores ha de imitar “el diseño del Centro Pompidou de París, que pone con orgullo sus ascensores, tuberías y cables fuera del edificio, a la vista de todo el mundo”. La cita es recogida por Arcadi Espada en su último libro, Periodismo práctico, en donde se predica que esa misma exigencia debería ser asumida por la escritura periodística. Ni que decir tiene que la profesión es absolutamente reacia a mostrar al público sus tuberías, porque sabe que su estado de revisión deja mucho que desear. Pero eso es precisamente lo que viene haciendo Arcadi Espada y Periodismo práctico es un nuevo ensayo de ese ejercicio. Coge los periódicos, rasca un poco en su discurso y rápido asoman las tuberías. Las tuberías del periodismo son, en muchos casos, rutinas inveteradas y raramente cuestionadas, usos en apariencia asépticos, pero nunca inocentes.

No es inocente, dice Arcadi Espada, que un periódico titulase en portada con la voz de los terroristas del 11-M: “Lo que os hemos hecho es justo…”. Y el antetítulo: “El vídeo perdido del 11-M vincula el ataque con Irak”. La asepsia queda en entredicho cuando se pregunta si hubiese sido posible este otro titular: “Lo que os hemos hecho es justo. Un vídeo perdido de ETA vincula su lucha con la opresión del pueblo vasco”. Tampoco resulta inocente que la prensa se preste a dar cuenta de las intenciones y proyectos de terroristas detenidos, es decir, a convertirse en un canal de propaganda de los terroristas –“terrorismo gratis”– y del Ministerio del Interior –“enfatizan la grandeza de la detención”. También invita a la reflexión aquel “ETA intenta una matanza de guardia, mujeres y niños para presionar a Zapatero”, porque si lo que se buscaba subrayar el grado de inocencia de mujeres y niños, cabe entonces suponer “una cierta comprensión ‘militar’ del terrorismo”. Por otra parte, en aquel atentado resultó herida una mujer guardia civil. ¿Habría sido posible este otro titular: “ETA intenta una matanza de guardias, hombres y niños para presionar a Zapatero”? A la pregunta sobre qué hacer con el gitano bueno del titular “El exuberante violinista gitano Roby Lakatos debuta en el Palau”, Arcadi Espada propone que nos preguntemos si no “habrá un racismo de la celebración”. También denuncia, por ejemplo, la hipocresía de los que previenen de la necesidad de no alimentar el morbo a través de las fotografías de víctimas de un crimen terrorista. “No los oigo en prosa”, dice al comentar su silencio ante noticias como la del asesinato de una joven que había aparecido con “el pantalón bajado”, a pesar de que, en la línea siguiente, la policía aseguraba que no había habido “forzamiento sexual”. Parece, en efecto, que la sociedad y los vigilantes de la deontología tienen una especial sensibilidad para las imágenes. Arcadi Espada nos enfrenta a nuestra insensibilidad para la prosa, para la semántica y la gramática. Denuncia la degradación orwelliana de las palabras, la aceptación acrítica de “la neologengua y el doblepensar”. “Retorzamos el pescuezo a la sintaxis para ver si suelta el último estertor y al fin comprendemos”, propone. “Toda lengua es un templo en el que está encerrada el alma del que habla”, cita. Él demuestra que el alma no siempre es inmaculada y que cuando habla se delata.

A quienes advierten un vacuo prurito profesoral en el escándalo que le provoca que el periodismo hable de “crisis humanitarias” o de “crisis humanas” y no le baste la palabra “tragedia”, devaluada por tantas tragedias deportivas que se nos cuentan; a los que no perciben la diferencia entre “Muere, atropellado, un niño…” y “Mata a un niño, atropellándolo…”; a aquellos que ven en la antropomorfización de un huracán un eficaz recurso estilístico y no la huella de la superstición que ve en él “el castigo secular con que la ciega naturaleza afronta el desafío de los hombres, siempre prestos a convertirse en dioses”; a quienes no reparan en que utilizar el verbo inmolar –cuya definición es “sacrificarse por un ideal o por el bien de otros”– para describir la acción de un terrorista es tanto como concederle la gracia de su paraíso, reconocer sentido a su acto, en lugar de colocarlo en el laico vacío del suicidio, Arcadi Espada les recuerda que “todos estos problemas semánticos” son, en realidad, problemas “morales”.

Arcadi Espada denuncia los riesgos de un periodismo que adereza su relato con una inflación de adjetivos porque desconfía de la elocuencia de los hechos. Alerta sobre un periodismo que se complace en convertir en noticia antes las creencias que los acontecimientos. Previene ante el sentido tranquilizador que se proporciona a la realidad a través de fast truths, rápidas y casi siempre tramposas respuestas a la pregunta del por qué y “ante la que el periodismo debería mostrar, por ejemplo, la misma humildad que muestran la ciencia, la filosofía y los entrenadores de fútbol”. Avisa de la irresponsabilidad del periodismo cuando ofrece distintas versiones de los hechos como si fuesen equivalentes, cuando da cuenta de una estupidez con total seriedad o cuando hace la crónica de “un fajo de declaraciones que se contradicen” reservando la razón para el último al que se concede la palabra. Expone sus cargos contra el periodismo conspirativo que encuentra siempre gato encerrado y contra el periodismo de la falacia retrospectiva del “esto se podía haber evitado”.

Todos estos procedimientos del periodismo dejan su huella en la redacción y así es como la sintaxis y la semántica son mucho más que preocupaciones de académicos exquisitos. Arcadi Espada no es Lázaro Carreter y Periodismo práctico no es El dardo en la palabra. Arcadi Espada encuentra en el uso de la lengua los indicios de los acantilados morales por los que el periodismo acostumbra a despeñarse. Hay en su método algo que recuerda al modo de proceder de Karl Kraus.

“Kraus es muy consciente –expone Adan Kovacsics en su magnífico ensayo Guerra y lenguaje (Acantilado, 2007)– de que, cuando se llega al fondo del lenguaje, éste deja de existir y aparece lo que en él brilla (o no): el pensamiento, la postura moral y humana. […] Kraus ponía el lenguaje como eje para medir la degradación. A la autoridad del juez catoniano añadía la minuciosidad del corrector de pruebas ideal. Insistió hasta las últimas consecuencias en que una coma era una cuestión moral, política y estética de primer orden, en realidad, el fundamento de todo ello”.
Karl Kraus agarraba un periódico y lo destripaba de un modo similar al que hace Arcadi Espada, en cuya obsesión por la promiscuidad entre literatura y periodismo –asunto al que sigue dando vueltas aquí a propósito, una vez más, de Soldados de Salamina de Javier Cercas y A sangre fría de Truman Capote– parece encontrarse otra huella de las ideas que el escritor austríaco expuso en la revista unipersonal Die Fackel.

“Contrapone allí –explica, de nuevo, Adan Kovacsics- satíricamente la concisión y sobriedad de las informaciones de prensa del XIX a la necesidad de los productos periodísticos del siglo XX de aderezar y ornamentar la información con tópicos, opiniones e impresiones. Karl Kraus pone en la picota la absorción, manipulación y aprovechamiento, por parte de la práctica periodística, del lenguaje literario y, a su vez, la disposición de éste a prestarse a tal operación. La conchabanza acaba rebajando tanto el periodismo como la literatura”.

El lector tendrá sus discrepancias con Arcadi Espada, pero no podrá negar su habilidad para poner el dedo en las llagas del periodismo, para descubrir los síntomas de algo que chirría y que el lenguaje no sólo no encubre, sino que evidencia. El lector podrá sentirse irritado por el tono deliberadamente provocador, por la suficiencia y seguridad de quien nunca admite dudar ante ningún problema, pero tendrá que reconocer que coloca fuera del edificio del periodismo, bien a la vista, sus tuberías. El lector dirá que muchas de esas tuberías ya le han sido mostradas antes, que Arcadi Espada explota una fórmula que conoce bien, que rehace un ejercicio que ya nos ofreció antes en sus libros o en su blog, pero cuando menos admitirá que son ¡antológicos! los diez mandamientos para la redacción de un obituario que cierran Periodismo práctico junto a una pregunta y una respuesta:

“¿Qué hacer con la muerte del periodismo?
Dar la noticia”.


Habrá que pensar si Periodismo práctico no es otra cosa que una necrológica.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Deduzco que no pudiste resistir la tentación...

Patricia Gardeu dijo...

Al principio pensé... ni que se lo hubieses dictado... qué manía tenéis con la necrológica... ni que fuéseis Pereira... pero al final resulta que no lo comparte... aunque sea expuesto a la intemperie.

http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Funerales/elpepugen/20090202elpepirtv_3/Tes

Lieschen dijo...

Todavía no había leído la columna de hoy de Enric González... ¡¡Me parece estupendo que lo utilices como criterio de autoridad en lugar en enfangarte tú en la discusión!! Conoces mi devoción por Enric González, así que no tengo ningún reparo en admitir el criterio de autoridad...