Una va paseando despreocupada y felizmente, distraída, mirando como sin mirar los escaparates. Hasta que advierte que no es uno, sino dos y tres y cuatro los maniquíes que gritan a los transeúntes: ¡vivan los ochenta! Visten aquellos pantalones ceñidísimos con los que había que pelearse ferozmente para lograr embutirnos en ellos y aquellas camisas que, en virtud de una categórica ley de compensación textil, tenían la suficiente holgura para hospedar a un coloso. Las camisas van sobradas de tela a lo ancho y también a lo largo, de hecho, llegarían a las rodillas si no fuesen recogidas, abolsando el excedente de tela, con un cinturón convenientemente escandaloso que descansa al bies en las caderas torturadas por su peso. Nada tiene de particular todo esto. Cualquiera sabe que, tarde más, tarde menos, toda moda regresa y que lo hace con pretensiones de novedad que sólo los más jóvenes pueden creer. Quienes tenemos la memoria de más años hemos asistido a la vigencia de la moda que ahora vuelve. Es más, vestimos entonces según sus dictados para descubrirnos después irremediablemente ridículos, absurdos sin paliativos, en aquella estampa que el tiempo tornó inverosímil y caduca.
Así es que una va despreocupada y felizmente paseando y la banal visión de los escaparates se convierte en la súbita constatación del paso del tiempo. Ya tenemos edad para ver regresar una moda o, visto de otra forma, ya no tenemos edad para asumirla, nos sabemos condenados a ser disidentes. Así es como advertimos, de repente y sin previo aviso, que tenemos la edad que no sabemos ver en el espejo por las mañanas, porque el reflejo del paso del tiempo sólo estamos dispuestos a descubrirlo en los demás o en relampagueantes signos externos, como estos escaparates que proclaman una verdad cruel. Tampoco tiene todo esto nada de particular, incluso ya sabíamos la teoría por el tango, aquello de que veinte años no es nada. El caso es que vamos paseando distraídamente, igual que envejecemos, y también para distraernos de estúpidas cavilaciones que arruinen la tarde nos ponemos a rezar al santo patrón de los diseñadores implorando que no permita que este revival de los ochenta nos devuelva también aquellas hombreras imposibles en su desmesura, de verdadero espanto.
Así es que una va despreocupada y felizmente paseando y la banal visión de los escaparates se convierte en la súbita constatación del paso del tiempo. Ya tenemos edad para ver regresar una moda o, visto de otra forma, ya no tenemos edad para asumirla, nos sabemos condenados a ser disidentes. Así es como advertimos, de repente y sin previo aviso, que tenemos la edad que no sabemos ver en el espejo por las mañanas, porque el reflejo del paso del tiempo sólo estamos dispuestos a descubrirlo en los demás o en relampagueantes signos externos, como estos escaparates que proclaman una verdad cruel. Tampoco tiene todo esto nada de particular, incluso ya sabíamos la teoría por el tango, aquello de que veinte años no es nada. El caso es que vamos paseando distraídamente, igual que envejecemos, y también para distraernos de estúpidas cavilaciones que arruinen la tarde nos ponemos a rezar al santo patrón de los diseñadores implorando que no permita que este revival de los ochenta nos devuelva también aquellas hombreras imposibles en su desmesura, de verdadero espanto.
6 comentarios:
Venga ya!!!! No te hagas ahora la mayor que 20 años sí son tela, y hace 20 ni habías empezado la uni... ¿o sí? jaja........
Total, ¿qué más da? acaso tú te vestías como las dos chicas de esa foto? No te imagino.... seguro que ya vestías... a camisas estampadas y apalrgatas...por ejemplo...
Y además, ¿tú por la calle mirando escaparates? sí que cambian las cosas...
Los ochenta son nuestros!!! eso era una obra de teatro, ¿no? Mejor largos blusones a lo "Casa de la pradera"!!!
Aun peor que las hombreras son los peinados de los ochenta. Por Diós. Y, si hablamos de tango, hay que recordar: si veinte años no es nada, qué hacemos los veinteañeros cuya vida es el ayer y que se detienen el el pasado?
El anónimo se ha delatado... Sólo un veinteañero puede decir que veinte años son "tela"...
¿Qué era peor? Las hombreras, los peinados... no sé si merece la pena discutirlo. El caso es que el resultado era... ¡¡!!...
Muchísimas gracias por tu visita y por tu comentario, Guillerme. Y muchos besos.
Anónimo 1, veinte años serán 'tela' o no serán nada, pero no me negarás que Lieschen se conserva mejor que bien... ;)
Muchas gracias, "Anónimo 2", pero te recuerdo que las momias egipcias también se conservan estupendamente... Por ejemplo, nadie diría que la de Tutankamón tiene más de 3.000 años...
"FRASES QUE MATAN: -¡Pero cómo está usted de bien conservado!"
(Mario Quintana: LA PEREZA COMO MÉTODO DE TRABAJO, Ediciones Trabe, 2008, p. 48).
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