J. Casals, el viejo dueño de unos libros de lance

Julio Camba y yo nos conocimos en Buenos Aires. Yo pasaba los días metida en el archivo de la sede de la Federación de Sociedades Gallegas en la calle Chacabuco. Él me aguardaba a la vuelta de la esquina, en una librería de viejo minúscula que sacaba parte de su mercancía a la calle. En una de las dos mesitas que flanqueaban la puerta de entrada reposaban unos tomitos con sus artículos. Entonces no tenía ni idea de que la capital porteña era el escenario perfecto para nuestra presentación. Él había viajado allí en su juventud y aprovechó su estancia para escribir artículos en algunos periódicos y para jugar a ser anarquista. Lo mío era infinitamente más aburrido: me había llevado a Buenos Aires una beca y me pasé el tiempo, muy formalita y como era debido, estudiando. Él hizo el viaje de ida y vuelta gratis: llegó como polizón y regresó deportado por el gobierno argentino por sus actividades políticas, envuelto en un prestigio revolucionario que a él le encantaba y que al periódico español que dio la noticia de su retorno le parecía perfectamente coherente con el apellido que le cambió por error, Caníbal, Julio Caníbal. Lo mío prometía ser infinitamente más caro, sobre todo, la vuelta. Porque había llenado con libros una maleta que pesaba un quintal y cuya facturación comportaba una fortuna que no tenía. Me salvó la mejor actuación de mi vida: con la cara más beatífica y menos caníbal que pude poner, expliqué a un responsable de la compañía aérea que era una estudiante pobre de solemnidad y que la maleta contenía un tesoro para mí. Aquellas dotes teatrales, que ignoraba poseer, debieron de resultar muy convincentes. O eso o al tipo le hizo gracia mi desfachatez, el caso es que los libros viajaron gratis. Entre ellos iban los de Julio Camba, que hacía una nueva travesía transoceánica de bóbilis.

Los cinco tomitos de Camba estaban editados por Espasa-Calpe. Me costaron cada uno de ellos un peso, el precio medio de mis adquisiciones bibliográficas en Buenos Aires. Esto vendría a demostrar que no mentía cuando declaraba ser una menesterosa estudiante y que las librerías de viejo de aquella ciudad eran un paraíso, incluso para los más exiguos presupuestos. Los títulos de los libros eran Un año en el otro mundo, Sobre casi nada, Haciendo de República, Aventuras de una peseta y La ciudad automática. No incluían ninguna noticia biográfica del autor, tampoco un prólogo que me pusiese sobre aviso de lo que me disponía a leer. De manera que la única tarjeta de presentación de Camba fue su propia obra. Luego vendría el interés por la biografía de aquel periodista, la búsqueda de otros libros, las visitas a la hemeroteca, el rencor hacia mis profesores de periodismo por no haber citado siquiera su nombre, la indignación por el silencio al que parecía condenado y la absurda campaña de proselitismo en la que me empeñé durante un tiempo. Pero eso fue después, al principio sólo estuvieron aquellos libros que fundaron mi devoción por Julio Camba, sin intermediarios.

En realidad sí hubo un intermediario, se llama J. Casals. Deduzco que fue el primer dueño de estos libros de Camba que tengo ahora mismo sobre la mesa mientras escribo. Su firma, escrita a lápiz, figura en cada una de las primeras páginas de los cinco volúmenes. ¿Quién era J. Casals? Tuvo que ser, desde luego, un ferviente admirador de Camba. No sólo compró, uno tras otro, estos ejemplares, sino que los debió estimar de una forma especial, puesto que les hizo poner unas nuevas cubiertas, de un color granate que ha perdido la viveza original, pero no su distinción. En la parte superior del lomo, en letras doradas, hizo estampar el nombre de Camba y el título de cada libro; en la inferior, sus propias iniciales, J. A. C. Nunca he lamentado su decisión de reencuadernar estos libros sacrificando sus cubiertas originales. No lo he lamentado, ni siquiera en el caso de la primera edición de Sobre casi nada. No soy de ese tipo de fetichistas. Antes que dolerme por la pérdida, valoro el cariño mimoso que aquel lector dispensó a los libros.

Desde el día en que compré estos libros de Camba, fantaseo con la biografía de J. Casals. Casals, ¿un apellido catalán? ¿Era quizás un emigrante que llegó a Argentina a hacer fortuna? ¿Cuándo llegó y cómo le fue en su aventura? Tal vez sugestionada porque yo me encontraba en Buenos Aires siguiendo el rastro de los exiliados republicanos de 1939, quienes, por otra parte, parecían conjurados para facilitarme la tarea y salían a mi encuentro sin apenas buscarlos, he terminado por adjudicarle esa misma condición a J. Casals. Me amparo en algunos datos que, sin llegar a ser concluyentes, al menos me permiten no tener que desechar la hipótesis como si de una fantasía caprichosa se tratase. Un año en el otro mundo, Sobre casi nada y Haciendo de República son ediciones madrileñas de Espasa-Calpe de los años 1927, 1928 y 1934. Los ejemplares de Aventuras de una peseta y La ciudad automática fueron publicados bajo el sello Espasa-Calpe Argentina en 1942. Me figuro, entonces, que los tres primeros libros fueron comprados en España y los dos últimos, en el exilio bonaerense. De ser cierta la frágil deducción, surgirían otros enigmas por esclarecer en torno a la figura de J. Casals. Entre todos ellos, me intrigaría sobremanera qué le ocurrió entre 1934 y 1942. En cualquier caso y fuera quien fuese J. Casals, nunca le he dejado de agradecer que me presentase a Camba y los libros que recibí en herencia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora, cara mía, dudo que Ryanair te dejase pasar el sobrepeso -ni poniéndole tu cara de niña buena- (y lo digo, mientras me peleo con una maleta que pretendo llenar de libros)...
Por otra parte, tus alumnos no podrán guardarte rencor, al menos, no por no hablarles de Camba.
Tercero, luego dirás que no tienes imaginación... y le has montado una vida al tal J. Casals... si me lo encuentro por la ciudad condal, -ya viejecito- le daré saludos de tu parte... aunque es más probable que esté ya jugando en charcas, como aquella donde antaño encontró un amigo, que después te presento, y que tu nos presentaste a todos... y que al final, mira, que hasta le cogimos cariño... pero qué cambiana eres!!

O Protexido dijo...

Daría algunos de mis libros más queridos por asistir a tu representación en el aeropuerto en defensa de los libros que a toda costa querías llevar en tu maleta. Y daría otros cuantos por ver tu rostro (y el del que permitió que tu tesoro no quedara en tierra)
después de salirte con la tuya. Efectivamente, en alemán, vorlesen es leer en voz alta y lesen es simplemente leer.
Besos

Lieschen dijo...

Ahora puedo reirme, pero entonces pasé los días anteriores al regreso completamente amargada... Viendo cómo podía solucionarlo, lloriqueando aquí y allá... sin ningún éxito... Así que la representación en el aeropuerto, in extremis, junto a una amiga absolutamente convencida de que heredaba mi maleta, debió resultar más patética que cómica. Y te puedo asegurar que sólo canté victoria después de aterrizar en Madrid y comprobar que los libros habían viajado, efectivamente, conmigo.

Muchísimas gracias por resolver la curiosidad y muchos besos!!

Róber dijo...

La historia es redonda, profe. Y no, no te reprocharemos jamás que nos presentaras a Camba.