“Goodbye, Colorado”. Así se despedía el pasado 27 de febrero el Rocky Mountain News de sus lectores. La noticia de la desaparición de un periódico de Denver del que jamás había oído hablar no sólo no me deja indiferente, sino que la lloro. Una ridícula sentimentalidad romántica y un golpe de clic me llevan a la página web de un diario que ha dejado de contar los días. Rescato su última portada y el detalle de que su muerte se haya producido pocos días antes de su 150º aniversario me parece un añadido cruel.
¿Por qué la prensa española despacha la noticia del cierre de un periódico desconocido editado en una ciudad que nos es extraña? Supongo que los periódicos han vislumbrado en el destino del Rocky Mountain News el suyo propio o, cuando menos, los peligros ciertos que acechan a pequeños y grandes, que en esto no hay distinciones. En efecto, incluso algunos de los principales diarios estadounidenses, venerables instituciones periodísticas controladas desde su fundación hace más de un siglo por las mismas familias, están pasando apuros. El New York Times de los Sulzberger se ha visto obligado a permitir la entrada en el accionariado del mexicano Carlos Slim, mientras que Rupert Murdoch, que como un buitre sobrevoló The Wall Street Journal de los Bancroft durante meses, se ha hecho finalmente con su propiedad. Por otra parte, el grupo Hearst acaba de hacer público que perdió 50 millones de dólares el año pasado con el San Francisco Chronicle y que lo pone a la venta. No se trata de ser agoreros, pero cabe recordar que también estuvo en venta el Rocky Mountain News y salta a la vista que los magnates de la comunicación no se caracterizan por ser altruistas periodicófilos y que sus millones no van a parar a las cabeceras de segunda o tercera fila.
En el último cuatrimestre de 2008, la prensa estadounidense vio recortado un 18% sus ganancias por publicidad, lo que significa que las empresas editoras han dejado de ingresar unos 2.000 millones de dólares. Ojalá se pudiese decir que las dificultades de la prensa son sólo el eco del crack económico. Pero es imposible engañarse. Según la Newspaper Association of America, el 80,8% de los estadounidenses mayores de edad leían un periódico en 1964. El porcentaje había descendido en 1998 al 58,6% y en 2007, al 48,4%. Sin el permiso de Magis Iglesias, a la que, por lo visto, le pone los pelos de punta oir mentada la bicha, nos preguntamos: ¿Sobrevivirá la prensa? Exactamente esa misma cuestión preocupaba en 1972 a Jean-Louis Servan-Schreiber, lo que vendría a recordarnos, desmemoriados que somos, que los síntomas de la agonía vienen de lejos:
“Los diarios con millones de lectores forman parte de los gigantes familiares. Un día, la muerte de uno de ellos se produce y, ante este drama que afecta a sus costumbres, el público no comprende nada. Nadie se daba cuenta de que iba muriendo poco a poco, pues la variedad de sus artículos parecía intacta, y su difusión, a menudo, no había disminuido. Tal fue la gran sorpresa ante la caída de semanarios norteamericanos, los más grandes del mundo, tales como: Collier’s, desparecido en 1956, que vendía 4 millones de ejemplares; el Saturday Evening Post, suspendido en 1969, 6 millones; Look, interrumpido en 1971, 6,5 millones.
Cuando ciertos especimenes, los más enormes de una especie, desaparecen de esta forma, recuerda uno naturalmente a los diplodocus: cincuenta toneladas, una variación que fue desde la talla de una gallina a la de una casa, ochenta millones de años de existencia, el triunfo del reino animal. Desaparecieron hasta el último de la especie y fueron sustituidos por débiles mamíferos”.
Servan-Schreiber recordaba que el anuncio de la muerte simultánea del semanario Collier’s y del mensual femenino Woman’s Home Companion, fundados en 1888 y 1873, respectivamente, se produjo la víspera de Navidad de 1956. Entonces, un humorista dibujó una esquela rodeada de un filete negro en la que se podía leer: “Lamentamos tener que informarle de que Papá Noel no existe”. Lo sabían bien los veinticuatro diarios estadounidenses que habían desaparecido en 1947.
¿Por qué la prensa española despacha la noticia del cierre de un periódico desconocido editado en una ciudad que nos es extraña? Supongo que los periódicos han vislumbrado en el destino del Rocky Mountain News el suyo propio o, cuando menos, los peligros ciertos que acechan a pequeños y grandes, que en esto no hay distinciones. En efecto, incluso algunos de los principales diarios estadounidenses, venerables instituciones periodísticas controladas desde su fundación hace más de un siglo por las mismas familias, están pasando apuros. El New York Times de los Sulzberger se ha visto obligado a permitir la entrada en el accionariado del mexicano Carlos Slim, mientras que Rupert Murdoch, que como un buitre sobrevoló The Wall Street Journal de los Bancroft durante meses, se ha hecho finalmente con su propiedad. Por otra parte, el grupo Hearst acaba de hacer público que perdió 50 millones de dólares el año pasado con el San Francisco Chronicle y que lo pone a la venta. No se trata de ser agoreros, pero cabe recordar que también estuvo en venta el Rocky Mountain News y salta a la vista que los magnates de la comunicación no se caracterizan por ser altruistas periodicófilos y que sus millones no van a parar a las cabeceras de segunda o tercera fila.
En el último cuatrimestre de 2008, la prensa estadounidense vio recortado un 18% sus ganancias por publicidad, lo que significa que las empresas editoras han dejado de ingresar unos 2.000 millones de dólares. Ojalá se pudiese decir que las dificultades de la prensa son sólo el eco del crack económico. Pero es imposible engañarse. Según la Newspaper Association of America, el 80,8% de los estadounidenses mayores de edad leían un periódico en 1964. El porcentaje había descendido en 1998 al 58,6% y en 2007, al 48,4%. Sin el permiso de Magis Iglesias, a la que, por lo visto, le pone los pelos de punta oir mentada la bicha, nos preguntamos: ¿Sobrevivirá la prensa? Exactamente esa misma cuestión preocupaba en 1972 a Jean-Louis Servan-Schreiber, lo que vendría a recordarnos, desmemoriados que somos, que los síntomas de la agonía vienen de lejos:
“Los diarios con millones de lectores forman parte de los gigantes familiares. Un día, la muerte de uno de ellos se produce y, ante este drama que afecta a sus costumbres, el público no comprende nada. Nadie se daba cuenta de que iba muriendo poco a poco, pues la variedad de sus artículos parecía intacta, y su difusión, a menudo, no había disminuido. Tal fue la gran sorpresa ante la caída de semanarios norteamericanos, los más grandes del mundo, tales como: Collier’s, desparecido en 1956, que vendía 4 millones de ejemplares; el Saturday Evening Post, suspendido en 1969, 6 millones; Look, interrumpido en 1971, 6,5 millones.
Cuando ciertos especimenes, los más enormes de una especie, desaparecen de esta forma, recuerda uno naturalmente a los diplodocus: cincuenta toneladas, una variación que fue desde la talla de una gallina a la de una casa, ochenta millones de años de existencia, el triunfo del reino animal. Desaparecieron hasta el último de la especie y fueron sustituidos por débiles mamíferos”.
Servan-Schreiber recordaba que el anuncio de la muerte simultánea del semanario Collier’s y del mensual femenino Woman’s Home Companion, fundados en 1888 y 1873, respectivamente, se produjo la víspera de Navidad de 1956. Entonces, un humorista dibujó una esquela rodeada de un filete negro en la que se podía leer: “Lamentamos tener que informarle de que Papá Noel no existe”. Lo sabían bien los veinticuatro diarios estadounidenses que habían desaparecido en 1947.
Lo dicho: que en 1956 fuimos informados de que Papá Noel no existe; que unas décadas antes nos enteramos por Joseph Roth de que Richard, el de los periódicos, fue desalojado del Café des Westens; y que a finales del mes pasado un periódico de Denver se despedía después de 149 años y 311 días. No podremos decir que no estábamos avisados. Nos quieren tranquilizar asegurando que el periodismo no desaparecerá, que en uno u otro soporte sobrevivirá, pero el vaticino -¡ay!- no puede aliviar a Lieschen el desconsuelo de leer “Goodbye, Colorado” como el titular de todas las despedidas, las habidas y por haber, de los papeles periódicos. Tal vez se trate sólo de un fetichismo romántico y extemporáneo… ¡vale!... ¿¿y qué, si así fuese??
2 comentarios:
"Así pues, no supongamos que la momia ha exhalado el último suspiro"
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/
03/09/comunicacion/1236574366.html
Se llama Paul Gillin y ama los periódicos. La profesión la lleva en vena. Pero hace ocho años se dio cuenta del 'giro tectónico' que se venía encima. Desde su observatorio online (www.newpaperdeathwatch.com) entona el réquiem por los diarios muertos. Y advierte que la letanía no ha hecho nada más que empezar.
ROCKY MOUNTAIN NEWS, BALTIMORE EXAMINER, KENTUCKY POST, CINCINNATI POST, ALBURQUERQUE TRIBUNE... Paul Gillin lanza un nuevo RIP cada dos o tres semanas. Vaticina que 'la espiral de la muerte' se agudizará por la crisis y que el proceso va a ser muy doloroso para la profesión (15.600 despidos en 2008 y 3.359 en lo que va de año en EEUU).
Lejos de regodearse en el luto, Gillin advierte que en el fondo estamos asistiendo a la necesaria metamorfosis de la profesión.
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