Definitivamente, Carlos Boyero eligió un mal día para dejar de fumar. Vale renunciar al tabaco y hasta prescindir del café que tira del cigarrillo prohibido, pero, al mismo tiempo, no poder meterse el chute diario de Enric González es un infierno sólo imaginable por quien sea esclavo de la adicción a su columna. Yo conozco ese infierno. Yo misma padezco los síntomas del mono en esta mañana de domingo. Ya son varios días de abstinencia forzada. El cuerpo no consiente más aplazamientos y reclama perentoriamente su dosis. Las manos temblorosas pasan con ansiedad las páginas del periódico. Los ojos vidriosos rebuscan a la desesperada el “asunto marginal”. Sin éxito. Mendigo entonces la metadona que me permita sobrevivir al día. La nocilla no sirve ni para endulzar el desayuno, como para pedirle que calme el síndrome de abstinencia. El artículo llorando la clausura del Pequeño País es un amable cuadro costumbrista que hace más pesarosa la añoranza de los afilados análisis de Enric González sobre el desmantelamiento del periodismo por parte de los dueños del sector. Y la defensora del lector ejerce de defensora de la empresa cuando comenta la foto de los culos de Letizia Ortiz y Carla Bruni; debió de pensar que estaba eximida de su trabajo puesto que ya lo había dejado hecho Enric González en la última página del periódico del mismo día que su portada llevaba la imagen.
Dicen que la culpa de la ausencia de Enric González y de mi mono es de la censura. Se veía venir. No podía quedar impune la costumbre del periodista de poner un poco de dinamita en algunas frases que colaba aquí y allá, de hablar para quien quisiera entender, de decir su canción a quien con él va. Estaba llamando demasiado la atención. Alguien ha debido de entender que ya estaba bien de que anduviese celebrando el bicentenario de Larra a lo grande, con sus ensayos sobre cómo decir lo que no se puede decir. Alguien ha creído llegado el momento de que aprenda a preguntar en qué sentido ha de escribir para verse impreso, respete el látigo que lo gobierna y concluya todos sus artículos proclamando “lo que no se puede decir, no se debe decir”. ¡Con ésas a Enric González! Para empezar ha dejado El País en blanco. Género viejo éste de los artículos en blanco y el único que aplaca el mono dominical de los adictos, antes y mejor satisfechos con las cábalas sobre qué dirá o qué no dirá el artículo en blanco que con la certeza de lo que dicen los artículos en negro.
Dicen que la culpa de la ausencia de Enric González y de mi mono es de la censura. Se veía venir. No podía quedar impune la costumbre del periodista de poner un poco de dinamita en algunas frases que colaba aquí y allá, de hablar para quien quisiera entender, de decir su canción a quien con él va. Estaba llamando demasiado la atención. Alguien ha debido de entender que ya estaba bien de que anduviese celebrando el bicentenario de Larra a lo grande, con sus ensayos sobre cómo decir lo que no se puede decir. Alguien ha creído llegado el momento de que aprenda a preguntar en qué sentido ha de escribir para verse impreso, respete el látigo que lo gobierna y concluya todos sus artículos proclamando “lo que no se puede decir, no se debe decir”. ¡Con ésas a Enric González! Para empezar ha dejado El País en blanco. Género viejo éste de los artículos en blanco y el único que aplaca el mono dominical de los adictos, antes y mejor satisfechos con las cábalas sobre qué dirá o qué no dirá el artículo en blanco que con la certeza de lo que dicen los artículos en negro.
2 comentarios:
Entonces, ¿era censura o era otra cosa? Porque al fin y al cabo, la susodicha columna "censurada" sí que apareció en internet y en otros medios...
El regreso de Enric González... magnífico...
http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Derechos/elpepirtv/20090504elpepirtv_3/Tes
Eso sí, espero que no vaya en serio eso de "No se preocupen si un día echan en falta una opinión..." !!!!!
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