Periodistas en el Palace (y VII)



La cofia de Josefina Carabias era un disfraz; la chaquetilla blanca de Manuel Leguineche, no. Fue en el verano de 1963, los periódicos británicos hablaban del robo al tren de Glasgow y del lío de John Dennis Profumo con una corista, en las radios pegaban fuerte los Beatles y el joven Leguineche trabajaba como camarero en el hotel George de Stamford: “Fui a aprender el inglés y aprendí el italiano de Calabria. Los pinches de cocina nos llamaban con silbidos, como a sus cabras sicilianas para entregarnos bandejas de pollo y porridge”. Aprendió idiomas, sudó “la gota gorda del marmitón”, se adiestró en la adivinanza de las vidas de los clientes “por su apariencia y sus ropas, su forma de comer, sus gestos, sus lecturas, sus conversaciones, sus reclamaciones y sus propinas”, descubrió el mecanismo que hace funcionar un hotel y cómo se prende fuego a un soufflé. Es imposible distinguir cuál, entre todas las enseñanzas adquiridas, fue la más importante en su formación como reportero que gastó gran parte de su vida en hoteles de medio mundo. Quizás todas resultaron imprescindibles para su trabajo como corresponsal; sin duda lo fueron para terminar escribiendo el libro Hotel Nirvana. La vuelta a Europa por los hoteles míticos y sus historias y para escribirlo tal y como lo escribió. Así, el capítulo que recala en el Palace en la noche en la que el establecimiento registró el mayor overbooking de periodistas de su historia esquiva el mito de los plumillas velando y leyendo la primera edición de El País para referir el gasto en litros de café. El camarero apunta en la comanda, que es, también, la crónica de dos momentos de la habitación 110:


“La mayor concentración de periodistas se registró en el Palace, junto al Congreso de los Diputados, en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Año y medio más tarde se celebró en el Palace la primera victoria electoral de los socialistas. Manuel Vicent describió así la escena: ‘Aquellos chicos alegres, idealistas, confiados o tal vez desprevenidos produjeron diversos remolinos de una pasión en los abarrotados salones del Palace. Unos querían abrazar a sus líderes, otros estaban allí ramoneando un cargo, algunos sólo pretendían reflejarse en el espejo de los mejores, pero todos tenían una esperanza: si no conseguían ser directores generales, al menos podrían atrapar, entre la ilusión y los ideales, una albóndiga, una croqueta, un matarratas, un canapé de falso caviar. Este pequeño sacramento de comida basura que impartían los camareros a los militantes para celebrar la llegada ética a las alfombras del Palace es lo único que ha permanecido igual a sí mismo desde que se instauró el poder socialista. Los ideales han cambiado, pero las croquetas de plomo que dan en los cócteles permanecen'. […]

La noche del 23-F se agotaron el azúcar y el café. El Palace se convirtió en el mejor observatorio de la noche más larga de la joven democracia española. El vestíbulo del hotel fue la sede provisional del gabinete de crisis. Al Gobierno la intentona de Tejero ‘¡Todos al suelo!’ le costó 194.881 pesetas en cervezas, bocadillos y agua mineral. La mayor parte del gasto, incluidos cafés y los 132 desayunos, lo hicieron la Policía y la Guardia Civil. La cuenta incluía cuatro barreños de plástico (no recuperados, a 575 pesetas). Nadie sabe cuál pudo ser el destino de los recipientes de plástico pero la dirección del hotel especula con que los utilizaron para dar de comer a los caballos que llevaban las fuerzas del orden público. Mi amigo el fotógrafo de Efe, Manuel Pérez Barriopedro, tiró once fotos y se guardó el carrete en el tacón del zapato. Esas fotografías fueron el emblema de la resistencia al golpe. Luis Carandell, catalán de pro y cronista de Madrid, descubrió el desconcierto en el interior del Congreso. ‘Incluso los guardias que entraron con Tejero, que eran de Tráfico, estaban despistados. Doscientos hombres uniformados irrumpen en el hemiciclo. No conocían el Congreso y apenas sabían quién era quién. El golpe ocurrió a las 6.20 de la tarde, la SER transmitió con Rafael Luis Díaz en directo la entrada de los golpistas en el hemiciclo. Nos echaron a las 9.30. Me fui al periódico y escribí mi artículo sobre lo que acababa de ver. Después al Hotel Palace, que estaba lleno de gente. Vi a algunos políticos tenidos por golpistas, que fueron marchándose una vez se emitió el mensaje del Rey a las 0.14 horas. Noche interminable y angustiosa, noche también de infamia y vergüenza”.

El gabinete de crisis reunido en el despacho de dirección se gastó 3.000 pesetas en cafés. Según la costumbre de la casa, se cobró todo lo consumido, aunque a precio de coste. Nadie podía dudar del patriotismo del Palace. Juan José Bergés, director del hotel, acompañó a la mujer del dirigente comunista Santiago Carrillo hasta la suite real (50.000 pesetas por noche en 1981) para que pudiera seguir desde la ventana los acontecimientos  que se desarrollaban en el exterior. Era la habitación 110, la misma desde la que el 28 de octubre de 1982 Felipe González, Alfonso Guerra y su plana mayor celebraron el triunfo electoral del PSOE'.

Manuel Leguineche
Hotel Nirvana.
La vuelta a Europa por los hoteles míticos y sus historias




Fotografías:

Fotografía que ilustraba el artículo autobiográfico de Manuel Leguineche "Los fantasmas rotos", publicado por la revista Triunfo (1 de abril de 1982).

Fotografía de Ricardo Martín: Periodistas leyendo El País en el hotel Palace la noche del 24 de febrero de 1981.

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