Se equivocan quienes hayan creído que mis últimos paseos romanos me han distraído de la actualidad madrileña. Y la “actualidad”, según han decretado, es Camba. Así que, amparada en el dictamen que me exime de inventar alguna peregrina justificación, regreso –o no, porque no me había dado tiempo a irme- a Camba. Aproveché para eso la pasada feria del libro, en la que el fantasma del periodista no compareció para firmar ejemplares de su nuevo libro, Maneras de ser español. Debió de ser que ignoraba haber ganado por fin el permiso para abandonar el limbo por la gloria literaria de una tarde en el Retiro. Su presencia hubiese puesto una nota de color a las crónicas periodísticas sobre el evento que, dicho sea de paso, este año quedaron algo cojas sin los tópicos del sol inclemente en el Paseo de Coches, el éxito de los abanicos publicitarios de las editoriales o el tormentón inesperado que, en realidad, todo el mundo espera. El tiempo durante la feria jugó al despiste y ganó, porque ciertamente a los cronistas se les notó despistados y faltos de recursos para suplir el manoseado repertorio costumbrista que les fue robado este año: efectos en el periodismo del cambio climático.
Así que fui a la feria a encontrarme con Camba y, a decir verdad, la primera impresión que me causó su libro no fue todo lo grata que esperaba. La tapa dura y el pesado gramaje de las páginas despertaron añoranzas de los viejos tomitos de Espasa Calpe, pequeños, manejables y flexibles, confeccionados con un papel que parece hecho de la misma pasta que los periódicos y que ha tenido la deferencia de ir amarilleando para actuar como eficaz contraste de una prosa que no ha empalidecido, que conserva frescos sus colores originales. Alguien debió de pensar que los artículos de Camba merecían una edición de ringorrango; y no es que no la merezcan, es que la que ha resultado se parece a las pirámides de los faraones, todo lo fabulosas que se quiera, pero tumbas al fin y al cabo.
No dejé que esta idea empañase la alegría por ver recuperados algunos artículos anarquistas de los inicios de la carrera periodística madrileña de Camba, además de las crónicas parlamentarias fechadas en 1907 de la serie “Diario de un escéptico”, epígrafe que tan bien se acomodaría como título de su obra completa. Sólo algunos, muy pocos, de estos textos habían sido rescatados antes de las hemerotecas, de manera que ellos constituyen la novedad que hay que celebrar de la nueva antología, preparada por Ediciones Luca de Tena.
Quienes se sumen a la fiesta tal vez se pregunten, felices por un instante en la sorpresa, si la exhumación de aquellos artículos significa que los editores asocian el anarquismo juvenil de Camba con el modo de ser español. No parece posible que exista en el mundo el grado de inocencia necesaria como para creer que ésa sea la tesis de Ediciones Luca de Tena. Pero, por si acaso, en atención a algún ingenuo irredento que pueda sobrevivir, los editores se han cuidado de llevar una clara advertencia a la portada, donde, no en vano, se ha descartado la combinación ácrata del rojo y negro en beneficio de la roja y gualda para estampar el título de la antología. Y en esta cuestión cromática queda aclarada y resumida la intención inspiradora del libro: envolver a Camba en una bandera.
La edición se congratula porque Camba abandonase “el entretenimiento sentimental” del anarquismo por un más recto camino, cuando mejor sería que intentase una explicación de ese viraje, porque no parece suficiente atribuirlo, como él hizo con una de las boutades que le eran propias, a una “alimentación ordenada”. La edición se satisface de las puyas de Camba contra el nacionalismo catalán, gallego y vasco, pero no advierte que el periodista se burló de quienes clasifican a los hombres por países y que se sintió igualmente incómodo ante las manifestaciones de un rancio y mal entendido patriotismo español.
La nueva antología pretende hacer de Camba el militante de un patriotismo que no fue el suyo. Véase el artículo “¡Que nadie ose decir la verdad!” para comprobar que el periodista era de los que se permitían silbar el día del estreno de una obra de teatro española en un país americano, indiferente a las críticas que le dedicaban sus coterráneos:
“En vano yo procuraba demostrarles que la obra era mala. Ellos sostenían que, representadas en el extranjero, todas las obras son buenas, aun las del propio señor Linares Rivas, y que al silbar aquella me estaba conduciendo como un mal patriota. ¿Cómo convencerlos de que el mal patriota era el autor y de que el patriotismo consistía precisamente en silbarlo? […] Indudablemente, hay muchas cosas que, llevadas al extranjero, adquieren sobre su valor real un valor representativo, por lo que acaso no sea conveniente decir nunca la verdad del otro lado de los Pirineos. ¿Vamos, en vista de esto, a juramentarnos para decirla únicamente entre nosotros?”.
Se escucha en este texto el eco nítido de la voz de Larra, por más que no aparezca citado, que una cosa es que Camba aprovechase o hiciese suya alguna idea ajena y otra que no le repugnase escribir con las palabras de otros.
Camba colecciona países, atento a las lecciones y modelos que proponen, y, al mismo tiempo, sin complejos provincianos, porque descubre que, visto de cerca, no es oro todo lo que se ve relucir desde el sur de los Pirineos. Regresa a casa y lo hace hastiado porque la farsa continúa, lo que no significa que trate los asuntos domésticos con la superioridad del viajero cosmopolita que ha encontrado fuera todas las respuestas y todas las soluciones.
Esa constante doble perspectiva no se aprecia en la nueva antología. Lo que quiere decir que Camba continúa siendo su mejor antólogo, porque supo seleccionar para sus libros los artículos de mayor mérito y también los que le permitían componer un discurso que deshace la posible ambigüedad de sus partes, un relato cuya verdad casi nunca está en uno solo de sus capítulos. Por eso, por destruir la coherencia de la narración por entregas que hizo el periodista, Maneras de ser español es una mala antología, sin ni siquiera mostrarse eficaz en su intención de construir un nuevo hilo discursivo. En efecto, incluso recordando los propósitos de los editores, no se entiende ese batiburrillo de textos: ya me explicarán, por ejemplo, qué hacen bajo el epígrafe “Vascos” varios artículos que la única relación que guardan con el asunto es la mención al casino de San Sebastián. Y, en definitiva, es una pésima antología porque propone una lectura de Camba que es un falseamiento, una violación. Catalina Luca de Tena lo presenta como autor de una reflexión sobre “el ser español”, a él, un descreído de que la nacionalidad explicase alguna cosa y mucho menos que definiese una identidad. Camba no anduvo metido en ese embrollo, sino en el más modesto –o ambicioso, según cómo y quién lo mire- de hacer la crónica de su tiempo, lo que exigía entender las viejas y las nuevas reglas del juego de la política y la economía, la sociedad y la cultura, mucho más complejas si se contemplan sin las plantillas simplificadoras de los esencialismos nacionales y nacionalistas.
Todo esto me parece a mí, pero he de confesar que ando algo despistada con lo que pueda significar “ser español”. Últimamente los periódicos –no sólo el fundado por Torcuato Luca de Tena- lo encuentran definido en la efusión de sangre de una tarde de José Tomás en las Ventas, en el delirio futbolístico desatado con la Eurocopa y en la causa de los defensores de la lengua castellana, entre los que, por supuesto, se cuentan toreros y futbolistas, como para subrayar con su presencia que todo trata sobre lo mismo. Los desorientados agradecemos el servicio prestado.
1 comentarios:
Obsesiones que al final vienen a ser la misma, y patriotismos que se defienden tanto coreando el ‘A por ellos’ a la selección, como ‘escuchando’, cual besugo, al interlocutor sin dejarlo argumentar, tenga o no razón... Maneras de ser español no era un buen título para reunir los artículos de un periodista del que nunca se sabe muy bien si dice una cosa, o la contraria. Pero además, raro sería que un libro sobre Camba sea de la satisfacción completa de quien conversa con su fantasma tan a menudo.
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