Nuestra estirpe

Desde que el periódico es periódico, sobre él y sobre quienes lo hacen han caído todo tipo de críticas y menosprecios. Incluso antes de que el periódico fuese periódico, en la prehistoria del periodismo, quienes vivían de comerciar con noticias fueron atacados sin piedad. Basta leer el juicio que le merecían a Montesquieu los nouvellistes, aquellos que se ganaban la vida haciendo el relato oral de lo sucedido en las Tullerías, los jardines de Luxemburgo o en cualquiera de los mentideros parisinos:

“Éstos –se puede leer en una de las Cartas persas- son los miembros más inútiles del estado, y cincuenta años de sus habladurías han producido el mismo efecto que hubiera resultado de cincuenta de silencio; y no obstante se creen sujetos de importancia porque discurren sobre magníficos proyectos y ventilan los mayores intereses.
Es el fundamento de sus conversaciones una frívola y risible curiosidad; no hay tan secreto gabinete que no presuman de penetrarle; no pueden creer que ignoran cosa ninguna; saben cuántas mujeres tiene nuestro magnífico sultán, cuántos chiquillos les hace cada año; y sin gastar nada en espías, están al cabo de las medidas que toma para ajar la soberbia de los emperadores de la Hungría y el Gran-Mogol.
No bien han concluido con lo presente cuando se lanzan en el tiempo venidero, y tomando la delantera a la Providencia se sustituyen a ella en todas las acciones humanas. Cogen de la mano a un general y alabándole por mil disparates que no ha hecho, le prescriben otros mil que no hará tampoco. Lo mismo hacen volar los ejércitos que grullas, y derriban murallas como pedazos de cartón; tienen puentes en todos los ríos, sendas ocultas en todos los montes y almacenes inmensos en los desiertos arenales; lo que no tienen es sentido común”.

A la vista queda que algunas críticas son muy viejas y no se puede decir que totalmente infundadas. Aquellos nouvellistes no tenían reparo alguno en mezclar lo que sabían con lo que inventaban para hacer más interesante su narración, su cuento, su novela. Sabían que sus clientes no dejaban de serlo por saber que la fabulación formaba parte de la mercancía que compraban. Hemos olvidado que el origen etimológico de “novela” está en el italiano “novella”, noticia; pero las palabras van preñadas de historia y los diccionarios relacionan las definiciones de “novelería” y “novelero” con los chismes, las habladurías y las mentiras.

A los estudiantes de periodismo les suele fastidiar muchísimo que se les recuerde que aquellos embusteros son nuestros bisabuelos, que en ellos se encuentra el origen de la profesión. En cambio, no encuentran motivos para disgustarse cuando se añade que la estirpe nació también con Théophraste Renaudot, periodista cortesano, muñidor del primer boletín oficial, el de la monarquía absoluta de Luis XIII y perfecto modelo de desinformación y propaganda para todos los totalitarismos.

No siendo en absoluto gloriosa ninguna de las dos familias de las que procede nuestra estirpe y puestos a elegir entre los dos tipos de canallas, yo prefiero sentirme emparentada con los de las Tullerías y los jardines de Luxemburgo que con los que eligieron la vida plácida de los pasillos de los palacios. Las críticas que recibieron y las mofas de que fueron objeto los autores de aquellas gacetas orales los convirtieron en inofensivos charlatanes a los ojos de la monarquía, que renunció a hostigarlos. Aquellos granujas serían unos mentirosos, pero tenían la libertad que los periodistas oficiales no disfrutaban para tramar sus bolas.

Imagen: Nouvellistes en los jardines de Luxemburgo.
Procedencia de la imagen: Bibliothèque nationale de France

1 comentarios:

Lieschen dijo...

MANUEL VICENT (EL PAÍS, 20 de julio de 2008): "(...) el periodismo modenro nació en el siglo XV en la plaza de San Marcos de Venecia a donde llegaban las naves de Oriente. En el muelle, al pie de los barcos unos tipos tomaban nota de las mercancías junto con las noticias que traían los marineros desde otros mares. El diario se llamaba gaceta, que significa cotorrita. Los gacetilleros sabían que la única verdad era la relación exacta de los objetos de comercio que descargaban las naves, especias, sedas, semillas, perfumes. El resto sólo eran hechos que no distinguían mucho de las fantasías. Los marineros contaban episodios de ciudades sitiadas, de incendios y matanzas sucedidas en países lejanos, pero estas noticias venían unidas a los cuentos que habían oído en las esquinas de los grandes bazares. Las mil y una noches eran la misma cosa que las especias que servían para sazonar los embutidos del cerdo y a la vez la caída de Constantinopla se confundía con la alfombra mágica y la lámpara de Aladino. Noticias y fábulas convertidas en mercaderías, he aquí la esencia del periodismo, como género literario del siglo XXI".