Sesudos profetas del apocalipsis nos vienen anunciando desde hace tiempo, pero cada vez con mayor insistencia y seguridad en sus vaticinios, la inminente extinción de los papeles periódicos. No tengo constancia de que ninguno de estos agoreros haya reflexionado sobre la que, de repente, se me antoja como una de las repercusiones más espantosas que el fenómeno acarrearía: la desaparición de los kioscos, fastuosos aunque no sean de malaquita, que engalanan Barcelona. La fisonomía urbana quedaría completamente trastornada. No sé si alguien puede imaginar las Ramblas sin los kioscos desbordados por las portadas multicolores de las revistas y un gato que, sesteando encima de los periódicos del día, pone un poco de serenidad al trajín del que hablan los titulares. Yo no.
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