
La época gloriosa del local, en la planta baja de la Casa Martí construida por Puig i Cadafalch, se extendió entre 1897 y 1903. Fue abierto, como indica su nombre, a iniciativa de cuatro gatos: Pere Romeu, Ramón Casas, Miquel Utrillo y Santiago Rusiñol. El establecimiento tuvo, como era preceptivo, su tertulia y, siguiendo el ejemplo de los cafetines franceses de artistas, también allí se celebraron recitales de nuevos compositores como Enric Granados e Isaac Albéniz y exposiciones como la de un Picasso que entonces contaba dieciocho años. En Els Quatre Gats nació la revista homónima y, más tarde, otra titulada Pèl & Ploma.

Los asiduos del establecimiento y las actividades que tuvieron allí su epicentro fundaron la leyenda del local que, para los mitómanos, saldrá indemne al saber que Romeu reñía seriamente a los camareros que, en un arrebato higiénico, tenían la ocurrencia de limpiar las telarañas de los rincones. El propietario estimaba que constituían parte imprescindible de la debida ambientación mugrienta que se le supone a un lugar frecuentado por


Un café no es sólo un local, es la encarnación de un tiempo y de sus hombres. Hay cafés que sobreviven a su época únicamente como museos o supuestos tributos a la leyenda. Basta entrar en ellos para percibir la tristeza cansada del simulacro. Mientras, hay otros que, sin dejar de reverenciar su historia, contienen la textura vital y cotidiana del presente. Resulta difícil desentrañar cómo lo consiguen, pero esos son los que, sin duda alguna, encantan a Lieschen... Lo que tal vez demuestre que el suyo no es un temperamento tan nostálgico como a ella le gusta decir.
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