Mi temperamento tiende a esa trampa sentimental que es la nostalgia. No es que precise de estímulos para desatarse, pero en este caso, por si me sirve de disculpa, puedo decir que sí hubo uno: la escena que pintó en 1890 Santiago Rusiñol del interior de un Café de Montmartre. A Vila-Matas, el pinchazo melancólico le sobrevino en el Café Majestic de Oporto y debe ser también excusado, porque, desde luego, el magnífico local parece haberse salvado de los naufragios del tiempo con el propósito declarado de suscitar añoranzas y evocaciones melancólicas. Un café de Montmartre o uno de Oporto pueden ser las precarias excusas de la imaginación para ponerse a fantasear con “cómo sería Barcelona si hubiera sabido conservar El Oro del Rhin, La Luna y el Términus”, los cafés de otras épocas. Admitamos que el ejercicio, por muchas coartadas con que lo intentemos justificar, denota una flaqueza sensiblera imperdonable; pero admitamos también que somos más de uno y de dos los que la padecemos.
De otra forma no se explicaría que la reapertura del Velódromo, inaugurado en 1933 por Manuel Pastor y que permanecía clausurado desde hace algunos años, haya suscitado tanta atención y tantos entusiasmos. El alcalde Jordi Hereu afirmó que este café-bistrot forma parte de la historia sentimental de la ciudad. Y sentimentales se pusieron los cronistas para celebrar que Barcelona recuperase en el 213 de la calle Muntaner el rótulo con el nombre del local y también las sillas Thonet de madera curvada, el billar, las lámparas con racimos de globos, sus dos plantas, la escalera central y las barandillas de caoba. Incluso se ha rescatado el color original de las molduras de las columnas y los techos que había ocultado la pátina marrón de la nicotina y el paso del tiempo. Las crónicas, unánimes, aplaudieron el mimo puesto en la restauración y el escrupuloso respeto a las señas de identidad del local.
Quienes no conocimos el viejo Velódromo nos ilusionamos con la oportunidad de disfrutar de sus encantos de antaño. Interpretamos como un buen augurio que el horario, de seis de la mañana a las tres de la madrugada, sea propicio todas las rutinas y todos los estados de ánimo. Además, a los muy cafeteros nos hacen un guiño con eso de que el café será servido en bandeja, acompañado de azucarera y vasito de agua, lo que, por otra parte, me trae instantáneamente morriñas porteñas del Tortoni. Pero también hemos encontrado un motivo para recelar: en la inauguración para las autoridades y la foto, las persianas permanecieron cerradas a cal y canto, según se advertía claramente en una imagen publicada por El Periódico de Catalunya. No es sólo que los transeúntes no estuviesen llamados a estrenar el nuevo Velódromo, es que, por lo que parece, ni siquiera les fue permitido curiosear desde la calle. El establecimiento ha puesto mucho cuidado en recuperar la decoración y el mobiliario, en recrear su espíritu de siempre, pero si quiere ser algo más que un trampantojo del pasado tendrá que confiar en que la gente lo haga suyo, hoy.
Para cuando el público pudo estrenar el Velódromo, días después de la inauguración oficial, Lieschen ya no estaba en Barcelona. Por si no tenía motivos suficientes para regresar, dio con otro más para desear hacerlo cuanto antes.
De otra forma no se explicaría que la reapertura del Velódromo, inaugurado en 1933 por Manuel Pastor y que permanecía clausurado desde hace algunos años, haya suscitado tanta atención y tantos entusiasmos. El alcalde Jordi Hereu afirmó que este café-bistrot forma parte de la historia sentimental de la ciudad. Y sentimentales se pusieron los cronistas para celebrar que Barcelona recuperase en el 213 de la calle Muntaner el rótulo con el nombre del local y también las sillas Thonet de madera curvada, el billar, las lámparas con racimos de globos, sus dos plantas, la escalera central y las barandillas de caoba. Incluso se ha rescatado el color original de las molduras de las columnas y los techos que había ocultado la pátina marrón de la nicotina y el paso del tiempo. Las crónicas, unánimes, aplaudieron el mimo puesto en la restauración y el escrupuloso respeto a las señas de identidad del local.
Quienes no conocimos el viejo Velódromo nos ilusionamos con la oportunidad de disfrutar de sus encantos de antaño. Interpretamos como un buen augurio que el horario, de seis de la mañana a las tres de la madrugada, sea propicio todas las rutinas y todos los estados de ánimo. Además, a los muy cafeteros nos hacen un guiño con eso de que el café será servido en bandeja, acompañado de azucarera y vasito de agua, lo que, por otra parte, me trae instantáneamente morriñas porteñas del Tortoni. Pero también hemos encontrado un motivo para recelar: en la inauguración para las autoridades y la foto, las persianas permanecieron cerradas a cal y canto, según se advertía claramente en una imagen publicada por El Periódico de Catalunya. No es sólo que los transeúntes no estuviesen llamados a estrenar el nuevo Velódromo, es que, por lo que parece, ni siquiera les fue permitido curiosear desde la calle. El establecimiento ha puesto mucho cuidado en recuperar la decoración y el mobiliario, en recrear su espíritu de siempre, pero si quiere ser algo más que un trampantojo del pasado tendrá que confiar en que la gente lo haga suyo, hoy.
Para cuando el público pudo estrenar el Velódromo, días después de la inauguración oficial, Lieschen ya no estaba en Barcelona. Por si no tenía motivos suficientes para regresar, dio con otro más para desear hacerlo cuanto antes.
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