Plumas y pullas (XCIX)





“Un periódico-píldora: uno lo ingiere y él se abre dentro con todas sus novedades”.

Elias Canetti
Apuntes (1942-1993)


“Sin aspavientos, sin ¡Oh! ¡oh! Ni ¡Ah! ¡ah!; ‘máquina para leer’, exactamente.
Se trata de algo muy sencillo. Cogéis un periódico, lo ponéis en una bandeja que tiene la máquina, y la máquina se enfrasca en la lectura del periódico. ¡Es admirable! Las máquinas de escribir son otra cosa, pues, por lo menos, hace falta, como condición previa, saber escribir. Pero las máquinas para leer son mucho más cómodas. Aunque no sepáis leer –y no soy muy optimista a este respecto– la máquina leerá.
Será suficiente hacer la simple operación de depositar el periódico en la bandeja esa. Como si pusieseis un lenguado en el horno. O como si depositaseis una carta en un buzón. Solo que con la doble ventaja de que el periódico no se chamuscará, como el lenguado; ni se perderá, como la carta.
Por fin los que escribimos tendremos la seguridad de que alguien nos lee, aunque ese alguien sea una máquina. Una tremenda duda nos incomoda. Tropezábamos con un amigo y el amigo se creía en la obligación de decirnos: ‘está muy bien tu artículo de hoy. Sólo lo leí hasta la mitad. Falta el tiempo. Pero está muy bien. El tema es muy atractivo: las leyes de Indias…”. Hasta que le dábamos las gracias y le aclarábamos que no fue hoy, sino ayer, cuando habíamos publicado un artículo, y agregábamos aún que no trataba de las leyes de Indias, asunto sobre el cual nada sabemos, sino que trataba de la inflación monetaria de 1928, asunto sobre el cual nada sabemos tampoco.
Pero nuestro amigo se va tan campante, sin que nuestras observaciones le hayan interesado lo más mínimo; pues él, lo que hizo al vernos, fue cumplir con lo que consideró un deber. Deber ridículo, realmente, ya que no hay deber ninguno por ninguna parte. Nadie tiene que decirnos nada sobre nuestros artículos, de la misma maner que nosotros, los que escribimos, para nada molestamos a nuestros conocidos que no escriben con cosas como éstas:
–¿Qué hay, doctor? Ya me enteré de que hizo usted una operación de estómago encantadora.
[…] La máquina para leer es el anuncio de que al fin la máquina servirá para algo. Uno podrá afeitarse tranquilamente, desayunarse con comodidad. Entre tanto, la máquina se tragará el periódico de cabo a rabo.
[…] Un periódico presumirá de tener suscritos a tantos miles y miles de máquinas de tales y cuales marcas. Un escritor se enorgullecerá de que sus artículos han sido leídos hasta por una máquina que apareció abandonada en un iceberg de la Tierra del Fuego.
Ya no tendrá mérito ninguno ser lector, pues millones de máquinas lo serán. Ni tendrá tampoco ningún mérito no serlo, pues millones de hombres no lo serán.
Otra gran ventaja de esas máquinas es que protegerán la vida humana. Ya ningún escritor le pondrá el revólver en el pecho a ningún presunto lector:
–¡O me lee usted, o lo mato!”.

Eugenio Granell
“Dos mundos distintos”
La Nación, Santo Domingo, 2 de junio de 1945



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