Cartafolio veneciano (X)


Emergiendo del agua de la laguna, del Gran Canal y de los pequeños canales, los pilotes; sobre el recuerdo del agua de la lluvia que almacenaron, las vere da pozzo; sobre el agua de los canales, los puentes; buscando el cielo, las chimeneas; suspendidos en el aire, las altane; entre el cielo y la tierra, las torres inclinadas; entre dos pasajes, el misterio de los sottopòrteghi. Todos estos elementos, pilotes, brocales de pozo, puentes, chimeneas, altane, torres y sottopòrteghi, aparecen repetidos constantemente en Venecia. Sin embargo, la reiteración nunca cansa, porque en cada aparición el modelo adquiere una prodigiosa diversidad, una imaginativa originalidad. Esta modesta y delicada arquitectura veneciana define la personalidad de la ciudad, tanto como lo pueda hacer la distinción aristocrática o eclesiástica de palacios, iglesias y scuolas.

≈≈≈≈≈


En el Miracolo della Reliquia della Croce al ponte di Rialto de Carpaccio, que se expone en las Gallerie dell’Accademia, descubrí lo antigua que es la escasamente publicitada vocación aérea de Venecia que expresan sus chimeneas y altane.

≈≈≈≈≈


Los puentes venecianos han borrado la memoria de que la Utopía no es una isla, sino un archipiélago.

≈≈≈≈≈


Como si a Venecia no le bastasen sus más de cuatrocientos cincuenta puentes, celebra dos de sus fiestas, las del Redentore y las de la Salute, tendiendo pontones provisionales con barcazas; uno, sobre el canal de la Giudecca y el otro, sobre el Canalazzo. Venecia convierte en fiesta la necesidad atávica de puentes.


[Tercera imagen: Ponte della Canonica-Venice, de John Singer Sargent].

Cartafolio veneciano (IX)

José Luis García Martín confesó: “Si en este momento me preguntaran: ¿cuál es tu máxima aspiración en la vida?, ¿qué esperas llegar a ser?, respondería sin dudarlo un momento: peatón en Venecia”. Que nadie se equivoque; parece modesta esa aspiración peatonal, pero constituye la ambición más descomunal que puede albergarse. Es exactamente la mía.

≈≈≈≈≈


En un par de ocasiones, patosa como soy y distraída como estaba admirando la ciudad, a punto me encontré de terminar en el agua de los canales venecianos. Fui salvada del chapuzón y debería estar agradecida, pero es que, al tiempo, me robaron la posibilidad de inscribir mi nombre en la gloriosa lista diaria de los que van a parar a los canales; una lista que el Gazzettino di Venezia publicaba en otros tiempos y que, desde luego, debería recuperar urgentemente.

Cartafolio veneciano (VIII)

Tenía intención de buscar el libro, pero no lo estaba haciendo. Fue de un modo completamente casual -como cualquiera lo creerá si digo que se trataba de mi primer paseo en una ciudad que es un laberinto- que me topé con Filippi, la librería editora de Curiosità veneziane, de Giuseppe Tassini. Deseaba el libro como guía por la historia menuda que cuentan los nombres del callejero veneciano; y allí estaba. Venecia, guiñándome un ojo.

≈≈≈≈≈

Advertencia leal a los poetas. Absténganse de la lectura del libro de Giuseppe Tassini, que dinamita sin pensárselo dos veces cualquier metáfora que ustedes hayan encontrado en la ciudad. Esa es la intención iconoclasta de la información que recuerda que la Calle del Paradiso debe su nombre al apellido de una familia patricia. Con material tan prosaico, ciertamente, no hay manera.

≈≈≈≈≈

Advertencia leal a los novelistas. Corran a leer el libro de Giuseppe Tassini, cantera de mil historias. Por ejemplo, la del Sottopòrtego y la Corte del Paradiso, cerca de la Ruga Giuffa de Santa Maria Formosa, que llevaron en otro tiempo el nombre dell’Inferno. Con material tan poético, la novela se escribe sola.

≈≈≈≈≈

Basta con citar los nombres de las calles y campi venecianos que se recorren en un itinerario cualquiera. La mera enumeración ya resulta literaria, de tan preñados como están esos lugares y sus nombres de historias y leyendas. No lo digo con malicia, ni en descrédito de la literatura de tema veneciano. Me limito a constatar las facilidades que regala la ciudad a los escritores. Por el mismo motivo, pasear por Venecia es leer el libro más fantástico e insuperable que sobre Venecia se haya escrito.

≈≈≈≈≈


Leer, al regresar al hotel, el libro de Giuseppe Tassini, que desvela los secretos que guardan los nissioéti, las "sabanitas" con los nombres del callejero, no es leer; es reiniciar el paseo por Venecia.

≈≈≈≈≈

No busqué la explicación que ofrece Tassini sobre el origen del nombre del Ponte della Cortesia, porque, por una vez, me resultaría completamente indiferente. Para mí se llama así porque un veneciano intentó abrirse paso entre los turistas que lo colapsábamos con un apresurado pero amable requerimiento: “¡Permesso, permesso!”.

Cartafolio veneciano (VII)

Siempre me ha fascinado la nomenclatura veneciana. Los nombres del callejero (calle, campo, campiello, piazza, piazzete, piazzale, strada, vie, corte, sotopòrtego, liste, crosère, ramo, rughe, salizada, rio terrà, fundamenta, canale, canalazzo, rio, bacino, dàrsena, pissìna, squèro), de las embarcaciones (gondola, traghetto, sandolo, vaporetto, motoscafo, topo, trabaccolo, cavallina, viperra, bissona), de los pilotes (palina, dama, bricola), de las pasarelas móviles que se utilizaron siglos atrás para cruzar los canales (tòpe, sàndoli, mascaréte, s’ciopóni, peàte, puparìmi, caorline, sanpieròte o toletta) y de los islotes de la laguna (canneti, barene, velme, ghebi). La riqueza y singularidad de un vocabulario casi siempre sin traducción fue la intuición de una ciudad única. El vocabulario inventado habla de la formidable potencia creadora de Venecia.

Cartafolio veneciano (VI)


El modo de llegar a Venecia es una de las convicciones en las que se parapetan, absolutamente irreductibles, quienes han viajado a ella en alguna ocasión. No es la única; acostumbran poseer y pregonar muchas más. Casi todas se refieren a la hora en que hay que hacer tal o cual cosa. Señalan un momento, exacto e ineludible, en el que tomar un café en el Florian, un spritz en cierto campo o un cicheto e un’ombra en una de las tabernas próximas a Rialto. No es otro el instante en el que disfrutar de las vistas desde las Zattere que el que ellos indican. Defienden que hay que visitar la Basílica de San Marcos en el momento del día, ni antes ni después, en que la luz del sol entra en el templo incendiando los mosaicos, porque de otra forma no podremos decir que conocemos el templo. Pero es el crepúsculo el momento de mayor prestigio de Venecia y de todas las islas de la laguna, cuando el visitante ha de apresurarse si quiere atender todos sus deberes, como regresar a Venecia desde el Lido o pasear por Torcello. ¿Han tomado buena nota de las recomendaciones? ¿Sí? Pues olvídenlas. A no ser que no les importe enloquecer planificando el día en Venecia según esos usos y husos horarios. Por otra parte, la hora en el que uno toma su café en el Florian o en el Quadri y aquella en la uno se aproxima en un vaporetto a la Riva degli Schiavoni, el Palacio Ducal y la Piazzeta siempre será la hora.

≈≈≈≈≈

Esos que dicen que cada lugar de Venecia tiene su hora y cada hora veneciana, su mejor escenario, son peligrosos lobos desacreditadores de la ciudad que se hacen escuchar al presentarse disfrazados con las pieles de cordero de su supuesto amor por Venecia. En realidad, no saben apreciar la belleza de cualquier rincón y de cualquier momento en Venecia. Hacen casi tanto daño a la ciudad como aquellos que difundieron la especie de que Venecia es sólo un destino adecuado para un estado de ánimo, ya sea el de lánguidos, deprimidos y decimonónicos románticos o el de empalagosas parejas de enamorados que desean mecerse en una góndola.

Cartafolio veneciano (V)


Aquella postal remitida desde Venecia decía que la ciudad también nos esperaba a nosotros. Y eso fue, exactamente, lo que Venecia nos hizo creer, que había atravesado los siglos mientras nos aguardaba. Venecia mintió de un modo tan convincente como debe hacerlo para todo el mundo.

≈≈≈≈≈

Con precisión más acorde con el libro de estilo del periodismo que del relato legendario, está señalada en el almanaque la fecha de la fundación de Venecia: el viernes 25 de marzo del año 421, exactamente a las doce del mediodía. Venecia inventa y dibuja con minuciosa puntualidad los perfiles vagos y difuminados de sus leyendas y también de nuestros sueños.

≈≈≈≈≈

Venecia era una obsesión que me acompañaba desde hacía mucho tiempo. Venecia, por fin, es un sueño hecho realidad. Esto, dicho así, resulta de una vulgaridad absoluta. Es lo que parece: el lema publicitario de un hotel en el cartel de un vaporetto. “Il tuo sogno diventa realtà”.
≈≈≈≈≈

Ramón Gómez de la Serna escribió: “El que está en Venecia es el engañado que cree estar en Venecia. El que sueña con Venecia es el que está en Venecia”. Yo estuve en Venecia cuando creía estar en Venecia. No hubo engaño: por las noches, mientras dormía, sólo soñaba con la ciudad. Por la noche y por el día, Venecia es una experiencia onírica.

≈≈≈≈≈

Escribo para convencer al sueño de mi presencia en él.

≈≈≈≈≈

Venecia ocupa el espacio fronterizo que se encuentra entre el mar y la tierra, entre Oriente y Occidente, entre la historia y el mito, entre la memoria y el deseo, entre el urbanismo y la poesía, entre la vigilia y el sueño. Y Venecia hace lo único que cabe hacer con las fronteras: violarlas.

Cartafolio veneciano (IV)

Cualquiera que escriba sobre Venecia parece sentir la obligación de describir las primeras impresiones que la ciudad le ha causado. Yo renuncio a presentarme a ese examen. Entre otras razones, porque mis primeras impresiones fueron ya escritas, con una fidelidad premonitoria que consigue desasosegarme, por Henri de Régnier:

"[...] es con el espíritu lleno de tu presencia que regresé hacia ti. Dado el paso, y sobrepasados los diques que te defienden de la pleamar, desde el navío que nos llevaba, te divisé, una mañana. ¿Eras tú? Me parecía, a medida que nos aproximábamos, que era mi recuerdo que te construía para mí. Todo lo que deseaba de ti se realizaba en un instante por un prodigio que me parecía natural. Luego, estuviste allí, auténtica, pero tan maravillosa y tan frágil, bajo un cielo transparente como el cristal, que tuve miedo de que sólo fueras la imagen de mi ilusión, evocada por la fuerza de mi deseo y cuyo espectáculo, destruido al menor golpe, sólo dejaría de ella, encima del espejo surcado de la laguna, el infructuoso vapor de una nube irisada”.

Cartafolio veneciano (III)

Thomas Mann hizo pensar a Gustav Aschenbach que “llegar a Venecia por tierra, desde la estación, era como entrar en un palacio por la puerta de servicio, y que sólo como él lo estaba haciendo, en barco y desde alta mar, debía llegarse a la más inverosímil de las ciudades”. Pues bien, Aschenbach comparte el pecado de todo aquel que viaja a Venecia: creer que el mejor modo de llegar a la ciudad es el propio. Por esa razón, quienes tuvieron la primera visión de Venecia nada más salir de la estación de Santa Lucia no conciben otro medio de llegar que no sea el ferrocarril. En definitiva, lo que para unos no es más que una puerta de servicio, para otros constituye el fastuoso pórtico que franquea realmente la entrada en Venecia, el único y el que no se cansan de publicitar. No tengo el propósito de polemizar con nadie, pero sí mi propio criterio al respecto. Si lo dejase por escrito, vendría a ser el elogio de la llegada a Venecia en avión, que debe ser el medio de transporte más comúnmente utilizado y que fue, ni que decir tiene, el mío. En el texto celebraría con entusiasmo la posibilidad que ofrece el viaje aéreo, si uno es afortunado y el día despejado, de contemplar la primera veduta de Venecia, anticipo de otras que el viajero encontrará en los museos y reproducidas en algunas postales, y también de constatar que no es un cuento eso de que Venecia es un pez. Convertiría al viajero en un pájaro más de la laguna, sobrevolándola mientras localiza una presa piscícola propiciatoria. Explotaría y retorcería esa imagen todo lo que pudiese, para lo que me valdría del largo catálogo de aves que el arte veneciano esculpió en piedra o compuso en mosaicos. Creo que el elogio podría quedar muy resultón, con sus pinceladas poéticas y todo. También sería, por supuesto, completamente ineficaz a la hora de persuadir a quienes hayan llegado en alguna ocasión a Venecia por otros medios que la próxima vez deberán hacerlo en un avión que aterrice en el aeropuerto con el nombre más fantástico al que un aeropuerto puede aspirar: Marco Polo.

≈≈≈≈≈


Porque un taxi me llevó por carreteras acuáticas desde el aeropuerto Marco Polo a Venecia, soy capaz de entender el deseo que sintió Aschenbach de que su travesía en góndola hasta el Lido no terminase nunca: “¡Ojalá fuera eterna!”. Un deseo que no tuvo a bien concederle Thomas Mann, quien en escasos párrafos y expeditivamente lo colocó en su destino, pero sí Luchino Visconti, que demoró ese pasaje todo lo que se puede cinematográficamente, sugiriendo la eternidad del instante anhelada por Aschenbach.

Cartafolio veneciano (II)


Pocos días antes de mi viaje, fui al Museo del Prado a ver el cuadro titulado Dama que descubre el seno, durante mucho tiempo atribuido a Jacobo Robusti, Tintoretto, y cuya autoría se adjudica ahora a su hijo Domenico. Las que no se han disipado son las dudas sobre la identidad de la mujer retratada, aunque parece probable que se trate de la onesta meretrix Veronica Franco, que se muestra al espectador en una representación clásica de la lujuria que iba a encontrar repetida en tantas ocasiones en Venecia. Visité a Veronica Franco en la confianza de recibir de ella una última recomendación antes de mi partida. Pero no quiso confiarme ningún secreto. Apartaba su mirada de la mía en un gesto esquivo que deseé, con todas mis fuerzas, que no fuese un presagio del trato que me iba a dispensar Venecia.

≈≈≈≈≈

No sé si la compañía aérea quiso recordarme que la ciudad no ha perdido su prestigio como destino de recién casados en luna de miel o anticiparme que me enamoraría carnalmente de la ciudad de mis amores platónicos. Lo digo porque el avión que me llevó a Venecia se llamaba Vueling in love.

≈≈≈≈≈

Aunque los puritanos y los censores sostengan lo contrario, no es en un pecho desnudo, sino en la mirada en donde nace y reside la provocación más salvaje. Venecia, cortesana impúdica, me miró insinuante con su experiencia de siglos. El mal presagio del Museo del Prado no se cumplió; la compañía aérea acertó en su vaticinio.

Cartafolio veneciano (I)


“[…] en Venecia parece que estou aínda máis en ti, porque este é o lugar da unión máis profunda, da libre nupcia permanente, a da cidade e o mar.
A cópula dos corpos e dos soños. Dos cerebros e dos corazóns”.

Carmen Blanco, Atracción total


“Poco a poco, y cada vez más convencido de mi incapacidad de convencer al sueño de mi presencia en él, me he convertido en un transeúnte de
ambos reinos”.

Joseph Brodsky, Marca de agua



Tengo ante mí un pequeño cartapacio que contiene veinte vere fotografie de Venecia. Fue el precioso regalo que me enviaron por correo hace algún tiempo. La única pista temporal que permite fechar la ciudad que muestran estas estampas, tan igual a la que fue y tan igual a la que es, la proporciona la moda que visten los transeúntes. Por su ropa, calculo que las imágenes fueron tomadas en la década de los cincuenta o, como muy tarde, a principios de los años sesenta del siglo pasado. Pero ellas, por el olor dulzón que desprenden como de papel muy viejo y por sus pequeñas dimensiones, fingen ser muy anteriores. Me encanta esa trampa. Siempre que me entretenía con estas fotos, las cogía con mucho cuidado por los bordes, porque en cuanto ponía un dedo sobre ellas quedaba inmediatamente impregnado por un polvo muy fino y la imagen se emborronaba. De un modo muy similar, no quería manosear Venecia con un viaje, en realidad tan deseado, no fuera a ser que la ciudad imaginada se me deshiciese en polvo de bromuro de plata. He de decir que ahora, después de mi viaje, sigo tomando estas fotografías con la misma cuidadosa reverencia. Todo lo demás, lo que le sucedió a mi Venecia y lo que sucedió en Venecia, lo cuento aquí. Son las vere fotografie de mis impresiones.

Nunca unha estrela foi negra

Carmiña Rivas acaba de ler na revista Trasluz Lukus o texto que alí publiquei sobre a súa madriña e avoa, Estrella de Bandelo, e advírteme que non é certo, segundo escribín deixándome levar por un prexuízo, que Estrella adoitara a vestir de negro; en realidade, nunca o fixo. En contra da memoria do fotógrafo que a retratou e tamén do que parece suxerir o branco e negro da fotografía, a Estrella gustáballe a roupa de cores vivas e alegres.

Non gardou loito nin cando chegou de Cuba a noticia da morte do seu irmán José María, rebelándose ante a presión familiar e social que impuña o negro no dó. Tamén discutiu a convención que, na súa época, condenaba ás mulleres de certa idade á tristura do loito de por vida e as forzaba a renunciar a unha alegría vital e multicolor. Estrella nunca se pregou ós escuros ditados sociais e se podía escoller unha cor para vestirse era a verde, a súa preferida. Lamento moitísimo que no meu retrato saíra enloitada.

Vestida de negro, Estrella deixa de ser a muller segura de si mesma e libre que foi; vestida de verde, amosa un novo xesto daquela rebeldía tranquila que descoñece a resignación e que explica a súa biografía. Debino sospeitar: as estrelas brillan no ceo; nunca unha estrela foi negra.

Estrella de Bandelo




A muller da fotografía chamábase Estrella Rivas Corredoira, pero é máis seguro que se alguén aínda se lembra dela sexa polo nome de Estrella de Bandelo, porque nese lugar de Ombreiro naceu e viviu. Estrella vendía roscas polas festas. Foi nas do San Lázaro, no barrio lucense de A Ponte e nos anos 60, onde J. Federico García lle fixo este fermoso retrato. O fotógrafo lembra que chamou a súa atención aquela muller apoiada no muro da praia, coa cara engurrada e vestida de negro. Estimou que a luz era perfecta e premeu o disparador da súa cámara. No revelado só escureceu o fondo, para resaltar o seu perfil e mailo branco luminoso da mesa coas roscas.

A imaxe foi incluída nun cartafol de fotos do barrio de A Ponte que publicou a Deputación de Lugo en colaboración co Grupo Fonmiñá en 1983 e tamén ilustrou o cartel dunha das edicións das festas do lugar. O contraluz, o encadre e a composición, pero seguramente tamén o valor documental da estampa dun tempo xa ido, contribuíron á súa repetida reproducción. Por ser a única fotografía de Estrella que se conserva, para os seus descendentes é, antes que nada, unha peza importante da memoria familiar. Ofrézoa como tirador do caixón das lembranzas a unha das súas netas e tamén afillada, Carmiña, que o agarra con decisión e turra del.

Estrella era unha dos catro fillos de Pedro e Manuela. Nacera en 1893 na casa de Ombreiro que ela herdou e que inda hoxe é coñecida como a casa de Estrella de Bandelo. Sendo nena, caeu dunha cancela de madeira e, probablemente de resultas dunha fractura non tratada e mal curada, quedou coxa. Co tempo algúns ían chamala “a coxa de Bandelo”, o xeito despectivo e insultante co que dicían sen dicir que era nai solteira de dous fillos, Pepe e Dorinda, nados na década dos vinte do século pasado. Non deu mostras de que lle importara moito o que chegaba ós seus oídos ou o que non chegaba pero sabía que murmuraban dela. Dende logo, non a converteu nunha muller apoucada ou avergoñada que se agochara. Segundo o testemuño familiar, gustaba do trato coa xente, non tivo ningún complexo, era animosa e botada para diante, e viviu alegre, libre e independente, sempre do seu traballo. Coa vaca Cuca, xunguida á Cachorra que tiña a súa irmá, araba a terra na que sementaba patacas, pan ou repolos. Era a mesma vaca que muxía na entrada da corte para darlle o leite nunha canada á súa afillada, un leite morno pertencente a unha memoria infantil de moitas xeadas. Cando chegaba o verán, Estrella ía polas festas de Lugo –non polas feiras, que nunca lle gustaron– vendendo roscas. Mercábaas nun forno que había en O Cantiño, moi preto da porta de San Pedro da muralla. Ela mesma preparaba as varas nas que ían ensartadas, esas que se ven debaixo da mesa na fotografía. Malia os seus modestos recursos, regalábase algúns pequenos luxos de cando en vez, como entrar a comer nun restaurante ou ir tomar os baños quentes a Riazor. Estrella conservouse alegre, valente, libre, independente e activa ata moi pouco tempo antes de morrer, en agosto de 1975, con 82 anos.

Eu son filla de Carmiña, neta de Pepe da Estrella e bisneta de Estrella de Bandelo. Os escasos datos da biografía da muller que vendía roscas polas festas, da nai solteira de dous fillos, da velliña que cando vestía de negro e levaba o pano na cabeza, segundo adoitaban daquela as mulleres ó chegar a certa idade, inda presumía da longa trenza coa que recollera os seus cabelos sendo moza, funos descubrindo pouco e pouco, case sempre en cada unha das ocasións en que atopei a fotografía que lle fixo J. Federico García, moito tempo despois das súas sucesivas publicacións, aquí ou acolá, casualmente, sen buscala.

Fun ordenando e cosendo os retallos desenfiados dunha historia miúda. Así, a imaxe foi condensando tempos, anteriores e posteriores ó instante que capturou. Foise cargando de significados e tamén de novas preguntas, contando e vertebrando un relato incompleto. Porque, ó cabo, non sei quen era Estrella. Míroa na fotografía, pero ela non mira á cámara do fotógrafo e tampouco a min, reservando os seus segredos despois de tanto buscarme.

En calquera caso, a fotografía sempre representará para min o noso encontro, o construído e tamén o real. Porque o seu retrato foi feito no mesmo lugar no que se sitúa unha das máis temperás lembranzas que teño e que é tamén a única persoal, non herdada, que gardo de Estrella: regalándome unha vara de roscas nunhas festas de San Lázaro da primeira metade da década dos 70. Por un deses prodixiosos caprichos do azar a única foto da miña bisavoa coincide co meu único recordo dela. A fotografía dalle unha fermosa precisión á vaguidade da miña acordanza.

[Publicado na revista Trasluz Lukus, núm. 4, outono de 2009]

Algún día


Regreso a Lugo por uns días e asisto atónita á virulenta belixerancia que gastan aqueles que se opoñen, con cativos argumentos, ó proxecto do monumento ás vítimas do franquismo.

Din que os promotores desta iniciativa empregan un símbolo coa intención de cambiar a historia. Esquecen que ningún símbolo ten esa potencia, porque non pode devolver a vida ós asasinados nin reparar o dano causado ós que padeceron represión, cárcere ou exilio. Un monumento non é máis que un recoñecemento á dignidade que, ademais da vida e da liberdade, se lles quixo furtar ás vítimas. Non atopo razón democrática que poida servir para negar ou escatimar ese recoñecemento.

Din que os defensores deste monumento procuran reescribir a historia. Non entendo que razón democrática pode negarse a reescribir o relato propagandístico que a ditadura franquista fixo da historia, baseado na falsificación e no ocultamento. Por non colaborar a manter certas falsificacións, cómpre engadir que nunca o franquismo dedicou un monumento á memoria das súas vítimas. Nunca e en ningures, tampouco en Lugo. Non podía facelo sen negarse a si mesma. A ditadura foi un proxecto totalitario que esixiu o aniquilamento físico de toda oposición e o aniquilamento da súa memoria. A morte e o esquecemento foi unha política deliberada contra a que a razón democrática só pode loitar afirmando a vida e a memoria.

Din que o odio e o rancor moven ós promotores do monumento. Abonda con ler os termos nos que se expresan os que fan esta acusación para descubrir que é precisamente a súa a prosa que destila odio, rancor e violencia, a que recorre ó insulto como argumento. Abonda con coñecer a traxectoria da Asociación para a Dignificación das Vítimas do Fascismo para advertir o seu radical pacifismo, de palabra e obra.

Non podemos borrar a barbarie pretérita, pero si liberar Lugo da actual indignidade. Algún día regresarei á cidade na que se erguerá o monumento ás vítimas do franquismo. Daquela, a marea soñada por un mestre sen ira e que converterá “a memoria das cunetas en pacíficas praias libertarias” estará máis preto.

[Artigo publicado na edición lucense de La Voz de Galicia, 31 de xullo de 2009]

[Imaxe: Deseño realizado por Isaac Díaz Pardo para o monumento en memoria das vítimas do franquismo en Lugo]

Entrevista a Claudio Rodríguez Fer


Un aforismo de Claudio Rodríguez Fer di:

“'Que outros presuman das páxinas que escribiron;/ a min comprácenme as que lin', poetizou con intelixente humildade Jorge Luis Borges. Que outros presuman das páxinas que escribiron ou mesmo que leron, podería dicir tamén eu: a min só me compracen as persoas, os lugares e os momentos que mas inspiraron”.

Cando se cumpren trinta anos da publicación do seu primeiro libro, Poemas de amor sen morte, entrevistamos a Rodríguez Fer. A entrevistadora leva a escusa da efeméride para propoñer un repaso ós trinta e cinco libros publicados. O entrevistado aproveita a ocasión para falar da vida, completamente confundida coa obra.

-“Lugo pode ser un paraíso erótico, pero tamén un inferno social”, escribiu. Explica esa frase a súa relación coa cidade e a imaxe dela que reflicte a súa obra?

-Claro, por un lado “Lugo namora”, como digo no poema de "Ámote vermella", pero por outro ten aínda moito que modernizar e mellorar, comezando pola dignificación das vítimas do fascismo, que aparecen na miña triloxía da memoria, composta por Lugo blues, A loita continúa e Ámote vermella, que acaba de saír.

-Dende a sección “Lugo xalundes” de Lugo blues ata Viaxes a ti detéctase unha constante vocación nómade e viaxeira. Que significado ten a viaxe na súa poesía?

-Para min, a viaxe é a vida en toda a súa apertura e mesmo viaxo telecomunicativamente cando quedo en casa. Por iso moitos dos meus libros foron escritos fóra de Galicia, por exemplo en Nova York, cando din clase alí, ou nos países celtas, que tamén frecuentei sempre e onde tamén vivín e traballei como profesor.

-Tamén hai unha vontade transfronteiriza e universalista na súa obra narrativa e ensaística. Querería dicir isto que a súa poesía e a súa prosa son vasos comunicantes? Nun sentido máis amplo, poderíase afirmar que o seu é un proxecto literario integral que se expresa en distintos xéneros?

-Por suposto, pero tamén na propia vida, pois para min non debe haber escisións entre a paixón e a apertura intercultural dun escrito, dunha clase ou dunha conversa. Non ten sentido facer literatura polo Ben, polo Amor, pola Paz, pola Xustiza, pola Liberdade, pola Beleza e pola Apertura Universalista e logo non obrar en consecuencia.

-En que medida o poema de André Breton “L’Union libre”, título que tomou prestado en diversas ocasións, expresa a súa concepción amorosa e erótica?

-Nunha medida sen medida, como só pode ser tratándose do amor tolo postulado polo surrealismo.

-O seu interese pola imaxe, cinematográfica, fotográfica ou pictórica, queda reflectido de moi diversas formas na súa obra. Que lle deu a colaboración plástica de Carmen Blanco, Eduardo Ochoa, Sara Lamas ou Eugenio Granell á súa obra?

-Eu comecei escribindo sobre cine, campo no que tamén fixen guións, e tamén me dediquei á poesía visual, porque a miña concepción das artes é integral, así que esas colaboracións gráficas foron fundamentais no camiño da obra de arte total á que debe aspirarse sempre.

-Con Ámote vermella reafirma o seu perenne compromiso coa memoria antifascista e antitotalitaria. Cal é a conexión entre esa militancia e a súa defensa da utopía libertaria?

-Todos os meus poemas son de amor, mesmo os de clamor, palabra que tamén contén amor, porque para celebrar a vida cómpre combater a morte, que no caso de Ámote vermella concrétase nas máis esquecidas e sufrintes entre os esquecidos, que foron as mulleres. Como digo nun verso “Quen non está coa vida está coa morte”. A dignificación das vítimas do fascismo forma parte, pois, da necesaria utopía libertaria que debe guiarnos cara un mundo cada vez máis liberado da violencia, da inxustiza, da opresión e de toda clase de poder político, social, económico, racial ou sexual.

-Cando afirma que a utopía é unha realidade prematura, está dicindo que se cumprirá ou que só cabe actuar coma se o fora facer?

-Ambas cousas, porque non houbo utopía anterior, como a da abolición da escravitude antiga ou da servidume medieval, que non se conseguise co tempo, e porque, por definición, a utopía, como a poesía ou como o amor, é sempre un camiño aberto que nunca chega a súa fin.

-A súa obra, polo seu contido e pola súa extensión, revela unha colosal enerxía vital. En trinta anos nunca o abandonou ese ímpeto?

-A verdade é que nunca tiven tempo para o desánimo e o único que botei en falta foi máis tempo para facer máis cousas por min e, sobre todo, polos demais.

[Entrevista publicada na revista Trasluz Lukus, núm. 3, verán de 2009]

Café con gotas (XI)


Despedida flamenca de La Negra Tomasa,
por Chano Lobato.