Cartafolio veneciano (VIII)

Tenía intención de buscar el libro, pero no lo estaba haciendo. Fue de un modo completamente casual -como cualquiera lo creerá si digo que se trataba de mi primer paseo en una ciudad que es un laberinto- que me topé con Filippi, la librería editora de Curiosità veneziane, de Giuseppe Tassini. Deseaba el libro como guía por la historia menuda que cuentan los nombres del callejero veneciano; y allí estaba. Venecia, guiñándome un ojo.

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Advertencia leal a los poetas. Absténganse de la lectura del libro de Giuseppe Tassini, que dinamita sin pensárselo dos veces cualquier metáfora que ustedes hayan encontrado en la ciudad. Esa es la intención iconoclasta de la información que recuerda que la Calle del Paradiso debe su nombre al apellido de una familia patricia. Con material tan prosaico, ciertamente, no hay manera.

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Advertencia leal a los novelistas. Corran a leer el libro de Giuseppe Tassini, cantera de mil historias. Por ejemplo, la del Sottopòrtego y la Corte del Paradiso, cerca de la Ruga Giuffa de Santa Maria Formosa, que llevaron en otro tiempo el nombre dell’Inferno. Con material tan poético, la novela se escribe sola.

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Basta con citar los nombres de las calles y campi venecianos que se recorren en un itinerario cualquiera. La mera enumeración ya resulta literaria, de tan preñados como están esos lugares y sus nombres de historias y leyendas. No lo digo con malicia, ni en descrédito de la literatura de tema veneciano. Me limito a constatar las facilidades que regala la ciudad a los escritores. Por el mismo motivo, pasear por Venecia es leer el libro más fantástico e insuperable que sobre Venecia se haya escrito.

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Leer, al regresar al hotel, el libro de Giuseppe Tassini, que desvela los secretos que guardan los nissioéti, las "sabanitas" con los nombres del callejero, no es leer; es reiniciar el paseo por Venecia.

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No busqué la explicación que ofrece Tassini sobre el origen del nombre del Ponte della Cortesia, porque, por una vez, me resultaría completamente indiferente. Para mí se llama así porque un veneciano intentó abrirse paso entre los turistas que lo colapsábamos con un apresurado pero amable requerimiento: “¡Permesso, permesso!”.

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