Cartafolio veneciano (II)


Pocos días antes de mi viaje, fui al Museo del Prado a ver el cuadro titulado Dama que descubre el seno, durante mucho tiempo atribuido a Jacobo Robusti, Tintoretto, y cuya autoría se adjudica ahora a su hijo Domenico. Las que no se han disipado son las dudas sobre la identidad de la mujer retratada, aunque parece probable que se trate de la onesta meretrix Veronica Franco, que se muestra al espectador en una representación clásica de la lujuria que iba a encontrar repetida en tantas ocasiones en Venecia. Visité a Veronica Franco en la confianza de recibir de ella una última recomendación antes de mi partida. Pero no quiso confiarme ningún secreto. Apartaba su mirada de la mía en un gesto esquivo que deseé, con todas mis fuerzas, que no fuese un presagio del trato que me iba a dispensar Venecia.

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No sé si la compañía aérea quiso recordarme que la ciudad no ha perdido su prestigio como destino de recién casados en luna de miel o anticiparme que me enamoraría carnalmente de la ciudad de mis amores platónicos. Lo digo porque el avión que me llevó a Venecia se llamaba Vueling in love.

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Aunque los puritanos y los censores sostengan lo contrario, no es en un pecho desnudo, sino en la mirada en donde nace y reside la provocación más salvaje. Venecia, cortesana impúdica, me miró insinuante con su experiencia de siglos. El mal presagio del Museo del Prado no se cumplió; la compañía aérea acertó en su vaticinio.

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