Aquella postal remitida desde Venecia decía que la ciudad también nos esperaba a nosotros. Y eso fue, exactamente, lo que Venecia nos hizo creer, que había atravesado los siglos mientras nos aguardaba. Venecia mintió de un modo tan convincente como debe hacerlo para todo el mundo.
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Con precisión más acorde con el libro de estilo del periodismo que del relato legendario, está señalada en el almanaque la fecha de la fundación de Venecia: el viernes 25 de marzo del año 421, exactamente a las doce del mediodía. Venecia inventa y dibuja con minuciosa puntualidad los perfiles vagos y difuminados de sus leyendas y también de nuestros sueños.
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Venecia era una obsesión que me acompañaba desde hacía mucho tiempo. Venecia, por fin, es un sueño hecho realidad. Esto, dicho así, resulta de una vulgaridad absoluta. Es lo que parece: el lema publicitario de un hotel en el cartel de un vaporetto. “Il tuo sogno diventa realtà”.
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Ramón Gómez de la Serna escribió: “El que está en Venecia es el engañado que cree estar en Venecia. El que sueña con Venecia es el que está en Venecia”. Yo estuve en Venecia cuando creía estar en Venecia. No hubo engaño: por las noches, mientras dormía, sólo soñaba con la ciudad. Por la noche y por el día, Venecia es una experiencia onírica.
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Escribo para convencer al sueño de mi presencia en él.
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Venecia ocupa el espacio fronterizo que se encuentra entre el mar y la tierra, entre Oriente y Occidente, entre la historia y el mito, entre la memoria y el deseo, entre el urbanismo y la poesía, entre la vigilia y el sueño. Y Venecia hace lo único que cabe hacer con las fronteras: violarlas.
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