La Casa Goldoni pasa por ser el único museo literario de Venecia. Creo más exacto y ajustado a la realidad señalar que toda la ciudad es un museo literario.
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Tiziano Scarpa se encuentra entre quienes afirman que si un día Venecia se hunde bajo las aguas del Adriático, lo hará aplastada por el peso de tanta literatura como ha tenido que soportar. Yo creo exactamente lo contrario. Puedo admitir que, en ciertos casos, esa literatura resulta insoportable, pero lo es para el gusto del lector, no para Venecia. Todas esas páginas no sólo no representan una carga para ella, sino que son los cimientos sobre los que se yergue orgullosa. En efecto, si los miles y miles de troncos que sostienen la ciudad, en lugar de pudrirse, se mineralizaron hasta adquirir consistencia pétrea, no fue por la adherencia de una capa de barro que los aisló del contacto del oxígeno, como comúnmente suele decirse. No, lo que ha fosilizado esos apoyos que, indestructibles, siempre la mantendrán en pie han sido todas las imágenes literarias que ella ha inspirado y seguirá inspirando.
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María Zambrano afirmó: “Una ciudad sin escritores queda vaciada de su esencia de ciudad, y aparece como un complejo aglomerado, como algo que puede cambiarse, transmutarse o desaparecer sin que su vacío se note”. Porque Venecia es una ciudad con escritores resulta inconcebible y, por inconcebible, imposible, su desaparición.
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El vacío de Venecia actuaría del mismo modo que lo hacen los agujeros negros, engullendo cualquier materia o energía situada en su campo gravitatorio. Para hacerse una idea de las dimensiones del vacío generado por la desaparición de Venecia sólo hay que recordar que en su campo gravitatorio se encuentran el hombre y su idea de la belleza.
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María Zambrano llamó la atención sobre el carácter laberíntico de muchas ciudades del Mediterráneo: “Son, sin duda alguna, reflejo o improntas de una antigua y viejísima categoría de ciudad mítica, del laberinto de Creta”. Estas palabras parecen escritas a propósito para Venecia que, no en vano, conservó durante siglos la posesión colonial de la isla. Quizás fuese tanto para recordar el laberinto minoico primordial como para declararse sucesora de la brillante civilización que alumbró la talasocracia cretense.
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Hablando de otras ciudades o de la ciudad en abstracto, María Zambrano siempre parece estar refiriéndose a Venecia. Da la impresión de que no habría opuesto reparo alguno a suscribir las palabras que Italo Calvino hizo pronunciar a Marco Polo en Las ciudades invisibles: “Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia. […] Para distinguir las cualidades de las otras he de partir de una primera ciudad que permanece implícita. Para mí es Venecia”.
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Conocemos demasiado bien y demasiado mal nuestras ciudades implícitas para atrevernos a escribir sobre ellas. Sólo nos lo permitimos con otras ciudades, donde la ignorancia encuentra misterios y la vaga familiaridad, deslumbramiento, donde el amor no ha tenido tiempo para los reproches. Quizás no haya otra forma que la indirecta y vicaria de ver y describir las ciudades implícitas. No sé si este es el caso, si no hago más que escribir sobre Lugo y Madrid. Pudiera ser.
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La ciudad implícita es la que nos ha enseñado qué es una ciudad. Es una categoría a través de la cual nos es posible observar, comprender, soñar y amar otras ciudades; es una categoría que no se afirma categóricamente.
La ciudad implícita es la que nos ha enseñado qué es una ciudad. Es una categoría a través de la cual nos es posible observar, comprender, soñar y amar otras ciudades; es una categoría que no se afirma categóricamente.
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Dicen que Venecia es un tema agotado. Si eso fuese cierto, significaría que también están agotados otros temas: la memoria y el deseo, el deseo y los sueños, los sueños y el amor. Pero la ciudad y la memoria y el deseo y los sueños y el amor son los temas de nuestras vidas.
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Marcel Proust advirtió: “La Belleza no fue concebida por Ruskin como un objeto de goce, sino como una realidad más importante que la vida”. Hay que hacer caso al aviso y tener mucho cuidado con Ruskin.
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Nada de Ruskin, mi Baedeker fue la Venecia venérea de Claudio Rodríguez Fer.
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Venecia era una ciudad leída y releída: Henri de Régnier, Philippe Sollers, Jean-Paul Sartre, Paul Morand, Henry James, Jan Morris, Mary McCarthy, Joseph Brodsky, Predrag Matvejevic, Tiziano Scarpa, Diego Valeri, John Julius Norwich, Josep Pla, Corpus Barga, Javier Marías, Víctor Gómez Pin, Mauricio Wiesenthal, Félix de Azúa, Silvia Ugidos, Martín López-Vega... Pero Venecia exige, como ninguna otra ciudad que conozca, la propia experiencia.
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