Cartafolio veneciano (XLII)

Aquello de “Veneziani, poi Cristiani” (“Primero venecianos, después cristianos”) era, ni más ni menos, la forma que tenía la Serenísima República para referirse a la realpolitik que con astucia practicaba.

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Soy incapaz de juzgar severamente la reputación de poder ejercido con inclemente crueldad que la Serenísima República se ganó a pulso. Creo que esto se debe al modo en que Venecia adereza el relato de sus anales. Por ejemplo, se dice que el color rosado de dos de las columnas de la galería occidental del Palacio Ducal es el recuerdo desleído del rojo con que antaño fueron teñidas por la sangre de los ajusticiados que allí colgaron. Como cualquiera puede apreciar, las columnas siempre debieron tener ese color que las singulariza del resto. Entonces, el visitante se ríe de su ingenuidad por haber dado pábulo, siquiera por un instante, al cuento y se olvida de la sangre. En efecto, lo que da medida de la capacidad fabuladora de Venecia es su extraordinaria habilidad para convertir una historia tantas veces truculenta en inofensiva leyenda, en una anécdota para deleite del visitante.

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Venecia no tiene inconveniente en divulgar que fue el escenario de la desdicha o la muerte de algunos visitantes ilustres. No es sólo que sepa que esas historias no dañan su impecable imagen de destino turístico, incluso se diría que le hacen gracia. Sin embargo, guarda silencio sobre el episodio que podría figurar como el ejemplo de la más censurable falta de hospitalidad, si no fuese porque constituye, en realidad, uno de los terribles capítulos de la historia de la infamia universal. Se trata del relato de cómo Giovanni Mocenigo, después de invitar y acoger en su casa a Giordano Bruno, lo denunció a la Inquisición que, con el permiso de Venecia, finalmente lo condujo a la hoguera católica, apostólica y romana de Campo de’ Fiori.

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Entre las contadas representaciones artísticas de la siniestra figura del espía, tan bien conocida por Venecia, se cuenta una de las tallas de madera de Francesco Pianta que completan la decoración de la Scuola di San Rocco. Quizás no debiera extrañarnos que el personaje tuviese que aguardar al alambicado enmascaramiento del Barroco para merecer atención y ser cabalmente interpretado.

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