Cartafolio veneciano (XXXIII)


Henry James admitió que había cierta insolencia en la pretensión de añadir algo nuevo a un tema, Venecia, al que resultaba evidente –ya cuando él escribía– que nada podía añadirse. Su coartada es a la que yo misma me aferro mientras persevero en la insolencia: “Considero que el amor al tema es suficiente justificación para escribir”.

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Escribir sobre Venecia es un intento de reconstruir la ciudad tal y como fue para nosotros. “Com’era, dov’era”. Pero es que eso sólo le fue dado hacerlo a Venecia con el Campanile de San Marcos.

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Habría que renunciar a seguir escribiendo sobre Venecia, porque esto se va pareciendo cada vez más a una diarrea. Pero no tengo a mano un frasco de Teriaca, una especie de bálsamo de Fierabrás que vendían en la ciudad durante la Edad Media. Es la endeble excusa que me doy, mientras me acuerdo, de repente y no por casualidad, de la estatua de Niccolò Tommaseo, en Campo Santo Stefano. El escultor hizo descansar el peso de la figura en una pila de libros, pero los colocó de forma tan desafortunada, que parecen, tal cual, una evacuación salida de su culo; una evacuación libresca, incontenible a pesar del escarnio público que ha bautizado el monumento como Il Cagalibri. No sé yo si el recuerdo de Niccolò Tommaseo actuará como eficaz sustitutivo de la Teriaca deteniendo estas cagadas.

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Escribir sobre Venecia es una forma de dejar constancia de que yo estuve allí. Es un modo que se pretende más civilizado, pero, en realidad, es igual de bárbaro, que el empleado por aquellos viajeros del siglo XIX que labraron un graffiti con su nombre y una fecha en algunas de las columnas del Palacio Ducal que hoy se conservan en el Museo dell’Opera.

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Venecia despierta en cualquiera la vocación de la escritura, para definir el modo en que la ciudad impresiona la razón y el sentimiento; la vocación de la pintura, para dibujarla en sus detalles más menudos, y la vocación de la fotografía, para capturarla en el instante único. Por eso, en Venecia, los turistas no dejamos de escribir y pintarrajear en cuadernos y de tomar fotografías, sin importarnos lo más mínimo que la pericia profesional no acompañe a las repentinas y urgentes vocaciones.

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