No recuerdo dónde leí que había en Venecia una Calle del Cafetier. Debe su nombre al hecho de que, en algún momento impreciso del pasado, en ella tuvo establecimiento un tostadero de café. No me hizo falta buscarla. La encontré recién llegada a la ciudad, cuando todavía arrastraba mi maleta camino del hotel. Por ella habría de pasar a diario. Por si cabe la duda de que el plan de hospedarme tan cerca de aquel lugar fue urdido por los duendes del café, añadiré que, además, el hotel estaba casi puerta con puerta con el Palazzo Minelli en el que se alojó una conspicua cafeinómana, George Sand. La escritora debía medir las dosis de infusión que bebía no por tazas, sino por hectolitros, a la vista de la fabulosa fortuna que gastó en café durante su estancia veneciana y que precisó en una anotación: veinticinco mil francos. Realmente imbatible.
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La singularidad de la Calle del Cafetier era una descomunal mentira. Cuando en uno de mis paseos encontré otra del mismo nombre, me hizo gracia. Con la segunda, me mosqueé. Y la tercera me decidió a entrar en una librería para comprobar en el Calli, Campielli e Canali si la enumeración era infinita. Según la fuente consultada, en Venecia hay cuatro calles Cafetier, dos Corti, un Sottopòrtego y un Ramo del mismo nombre.
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Estaba convencida de que la toponimia cafetera de Venecia ya no guardaba secretos para mí, cuando Giuseppe Tassini me proporcionó una magnífica revelación: antiguamente los venecianos llamaron botteghe da acque a los cafés. De manera que la Calle y el Sottopòrtego delle Acque recuerdan en su nombre haber acogido los locales que en el siglo XVIII y, según dice una guía de la época, servían “le migliori cioccolate, caffè, acque gelate e rinfrescative, ed altre simili bevande”. Además, otros pasajes de la ciudad, como la Corte de Ancillotto, fueron bautizados con el nombre del propietario de un antiguo café. Paseando por las páginas del libro de Tassini, me llega desde todos los rincones el olor amargo del café que era para Simone de Beauvoir, junto a la fragancia dulce de la canela, el aroma de Venecia.
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Dicen que hay más de tres mil callejuelas en Venecia. Pero no cabe atribuir a la fatiga de la imaginación que ciertos nombres –Cafetier, Paradiso o Forno, entre otros– se repitan en tantas ocasiones. Que uno de los barrios bautizase una calle con un nombre no cancelaba la posibilidad de que fuese empleado, de nuevo y con absoluta legitimidad, en otra zona de la ciudad. Estos duplicados, triplicados, cuadriplicados, quintuplicados o sextuplicados son el recordatorio de que Venecia se constituyó como una federación de repúblicas que hoy se hacen llamar sestieri.
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