Cuentan que en cierta ocasión Fray Mauro el Cosmógrafo recibió en el convento de San Michele in Isola la visita de un senador. Tras contemplar en un mapa el pequeño puntito que representaba a Venecia en medio de la vasta extensión de los cinco continentes, ordenó al fraile: “Haz el mundo más pequeño y Venecia más grande”. El mapamundi que dibujase más fielmente mi imago mundi sería aquel que deseaba el senador.
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Fray Mauro no necesitó abandonar su retiro monástico para realizar magníficas cartas cosmográficas. Las crónicas explican que se servía de las informaciones que le facilitaban viajeros venecianos; la leyenda que sus trabajos reproducían los sueños del diablo que el fraile sabía concentrar y proyectar en las nubes que cubrían la isla de San Michele. Siempre son fascinantes los abundantes relatos venecianos que consideran la belleza y la perfección obra del diablo. Me pregunto si nacieron de la idea de que dios ya demostró su impericia con la creación del mundo.
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El visitante puede buscar la belleza de Venecia en los detalles y hasta alquilar escaleras y andamios, emulando a Ruskin, para acceder a los que se esconden en las alturas. Allí encaramado, tendrá la sensación de estar distrayendo su atención de la perfecta armonía con que se ensamblan esas piezas. Si las vedutas a vista de pájaro de la ciudad ejercen en él tan poderosa fascinación es precisamente porque le proporcionan la ilusión de que es posible captar y aprehender simultáneamente el detalle y el conjunto.
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Comparto la fascinación de Predrag Matvejevic por los mapas de Venecia (y envidio la sabiduría que atesora sobre ellos). Sus autores tenían tanto de meticulosos geógrafos dibujando una realidad física como de fabuladores inventándola, porque la perspectiva de la ciudad que mostraban es imposible y cualquiera otra que se le pareciera les fue imposible. La más hermosa Veduta di Venezia a volo d’uccello que conozco es obra de Jacopo De’Barbari y se exhibe en el Museo Civico Correr. Representa la ciudad en 1500 y lo hace con tal minuciosidad que el espectador puede caminar por sus calles y navegar por sus canales. Paseé por esta veduta como lo hice por la Venecia de cinco siglos después, sabiendo que ambas son realidad y fantasía, la ciudad y la utopía.
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Paul Morand tenía en la habitación que ocupaba en 1909 dos imágenes fetiches: una reproducción del planisferio que Fray Mauro realizó en 1457 y otra del plano de Venecia de 1500 de Barbari. Me maravilla descubrir que la fascinación de Paul Morand por esas dos obras haya encontrado, cien años después, un espejo en mi propia fascinación. La sorpresa se reconvierte en la súbita y alegre certeza de alguien que, dentro de cien años más, cultivará su amor –nuestro amor– por el mundo de Fray Mauro y por la ciudad de Barbari.
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La veduta prospettica de Jacopo De’Barbari me permitió poseer la ciudad de un modo imposible incluso desde lo alto del Campanile de San Marcos. La ciudad que se muestra desde allí –nuevo encontronazo con lo inverosímil– es una ciudad sin canales.
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Vista desde el campanile de San Marcos, Venecia es una ciudad apretujada y asfixiada que ha olvidado que necesita los campi y los canales para respirar.
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Venecia es el sueño del mundo. Y el mundo es el sueño de Venecia, como revela la sala de mapas del Palacio Ducal.
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Durante mucho tiempo, las rutas marítimas eran rutas celestes. Los marineros navegaban mirando al cielo, orientándose en sus singladuras gracias a las constelaciones. El globo terrestre y el globo celeste de Vincenzo Coronelli en la Biblioteca Marciana recuerdan que los venecianos surcaron los mares soñando con lejanas costas y mirando al cielo y las estrellas. Así fue literalmente para ellos el viaje, así es metafóricamente para nosotros.
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