Cartafolio veneciano (XV)


No es que tenga especial devoción por Pietro Longhi, pero deseaba ver su cuadro L’elefante. Las reproducciones me recuerdan a dos elefantes posteriores: el del Goya, Disparate de bestia (Disparate nº 21), y el de Eugenio F. Granell, en una de las serigrafías incluidas en Rastros de vida e poesía. Preparando el viaje a Venecia, me decepciono al descubrir que el cuadro de Longhi no se conserva en la ciudad, sino en Vicenza. Durante mi viaje, me decepciono al comprobar que no puedo consolarme siquiera con otro ejemplar de fauna exótica debido a Longhi, La mostra del rinoceronte, que Ca’ Rezzonico tenía en préstamo.

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Al final, Venecia decide compensar mi pequeña decepción y me regala un elefante. Es el que se arrima a la base de una de las columnas que flanquean la puerta de entrada de la Scuola Grande di San Rocco. Pequeño, está muy lejos de poseer la envergadura que le permita sujetar la columna, como hace con un obelisco egipcio el elefante de Gian Lorenzo Bernini que se encuentra en Roma, junto al Panteón y la iglesia de Santa Maria sopra Minerva. Me pregunto si este elefante veneciano no sería el capricho de un escultor que añoraba a algún otro.

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Stendhal me da noticia, noticia que también participó en su día a Byron, de un escritor que le fascinaba. Se trata de Pietro Buratti, autor de Elefanteide. Storia verissima dell’elefante. Me falta tiempo para salir disparada a hacer algunas averiguaciones sobre la obra. El resultado de las pesquisas indica Buratti se inspiró en un hecho real, la peripecia de un elefante que había sido traído a la ciudad y era exhibido en la Riva degli Schiavoni a la incredulidad de los venecianos. Al llegar la noche, el animal decidió recuperar la libertad y darse un paseo que le llevó al interior de la iglesia Sant’Antonino en el sestiere de Castello. Allí fue apresado por los alabarderos de la República que lo perseguían. Las autoridades ordenaron matar al elefante, por rebelde y sacrílego. Buratti situó este episodio en el Carvanal de Venecia de 1819 y lo narró en un centenar de octavas de versos endecasílabos en lengua veneciana. En su poema, el elefante es presentado como una criatura de formidable potencia sexual e inteligencia, desde luego muy superior a los funcionarios estatales que decretaron su muerte. Es difícil saber si Buratti, cuando escribió con su habitual genio satírico la Elefantiada, era consciente de que la obra iba a ser censurada y él mismo arrestado. Pietro Buratti se convertía así en uno de esos insumisos que los poderes y el estado nunca toleran, una estirpe simbolizada en su obra por el elefante.

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Mejor que un elefante entrando en una cacharrería, un elefante entrando en Sant’Antonino.

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San Marcos y el león alado fueron los símbolos en los que afirmó su independencia la Serenísima República con respecto al papado de Roma. El elefante de Pietro Buratti puede ser considerado un símbolo de la insumisión contra el estado veneciano. El león declara su rebeldía civil frente a la teocracia. El elefante proclama su rebeldía individualista frente a la plutocracia y mesocracia de todos los estados. ¡Qué magnífica pareja!

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Encuentro en una librería de lance de Rio terrà dei Assassini un libro de fotografías del Novecento pertenecientes al archivo del Gazzetino de Venezia. En él se incluye una imagen de 1907 que, según informa el pie, muestra a la elefanta Gelsomina encaramada a un barril frente al estudio fotográfico Ferretto en la Piazza Bressa de Treviso. Está rodeada por un grupo de hombres, todos con bombín y muchos bigotes, que prestan más atención al fotógrafo que al animal. No puedo evitar el deseo de que Gelsomina, imitando al elefante de Buratti, salga huyendo de la escena para recuperar su dignidad de animal salvaje y recordar a los hombres su doméstica mansedumbre.

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