Cartafolio veneciano (XVII)


Para Claudio Rodríguez Fer, Venecia es Venus:

“Como Venus, Venecia naceu do mar. Quizais por iso ambas, Venus e Venecia, representan a Beleza: a beleza da muller convertida en deusa pola mitoloxía clásica, a beleza da urbe convertida en canon do fermoso pola literatura e polas artes. Acaso ningunha deusa foi máis exaltada que Venus e ninguna cidade foi máis admirada que Venecia. Porque o corpo de Venus é tanto unha Venecia como a cidade de Venecia un recinto venéreo: por algo se conserva no museo do pazo gótico florido Ca’ d’Oro unha solitaria ‘Venus ante o espello’ atribuída a Tiziano”.

Y si el artista olvida poner a disposición de Venus un espejo, ella lo termina encontrando, como la Venus itálica de Canova que se exhibe en una de las salas del Museo Civico Correr. Es una falsa Venus púdica: parece querer tapar su pubis con un paño y pierde todo su fingido recato al mostrar su espalda y su culo en la imagen que refleja un espejo. Se diría que incluso sabe bien que el azogue desgastado la embellece todavía más.

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De tanto mirar y remirar su propio reflejo, Venecia llegó a creer que los espejos únicamente podían devolver su imagen. Enamorada de ella, como Narciso, no podía permitir de ningún modo que le fuese hurtada. Por eso Venecia puso todo su empeño en guardar el secreto de la fabricación de espejos que en Europa y durante mucho tiempo sólo poseyeron los artesanos del vidrio de Murano.

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No son siete los pecados capitales representados en la decoración de una de las columnas del Palacio Ducal, sino ocho. Venecia añadió la vanidad, representada por una figura que se contempla en un espejo. Ella sabrá porqué, yo creo que también.

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Es indudable que el principal espejismo de Venecia es el agua. Pero no es menos cierto que él no basta para satisfacer el narcisismo de la ciudad, que siente la necesidad constante de buscar o inventar otros espejos. Por ejemplo, al caer la noche, la fachada de la Basílica de San Marcos se refleja en un escaparate del extremo opuesto de la Piazza, en la Fabbrica Nuova. El paseante, que creía haber dado la espalda al templo, se descubre avanzando hacia él. Por eso no tiene ninguna dificultad en disculpar la vanidad narcisista de Venecia, es más, la celebra con entusiasmo puesto que a ella debe tan fantásticos regalos.

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En los laterales del palco real del teatro de La Fenice los espejos han sido dispuestos de tal forma que crean el efecto túnel. Esa vertiginosa sensación de multiplicación hasta el infinito es la que Venecia causa una y otra vez.

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Venecia y la pintura, Venecia y la literatura, Venecia y la música, Venecia y el cine, Venecia y la fotografía. Venecia mirándose en todos los espejos hasta que la imagen especular deja de ser reverberación o reflejo para convertirse en la ciudad misma.

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La Scuola Grande di San Rocco pone a disposición de los visitantes espejos para que puedan apreciar con mayor comodidad las pinturas de Tintoretto que decoran el techo. Si el espectador mueve con cierta brusquedad el espejo mientras localiza la escena que desea contemplar, tendrá la alucinación psicodélica de los tintorettos en movimiento, envolviéndolo, persiguiéndolo, trabándolo, sometiéndolo, sojuzgándolo, subyugándolo. Se diría que el espejo pretende ayudar a las intenciones de Tintoretto en San Rocco, como si eso fuese necesario.

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Parece más que pertinente la sospecha de que las fórmulas del spritz al aperol y el bellini se obtuvieron con el único propósito de conseguir dos de los colores de Venecia. Especialmente evidente resulta en el caso del bellini, al que delata su nombre y nuestra boca, donde nunca se terminan de mezclar los sabores del prosecco y el zumo de melocotón, tal y como reclamaría un cóctel realmente serio.

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Los techos de madera que cubren las iglesias de San Giacomo dall’Orio, San Stefano y San Polo son espejos que reflejan la imagen invertida de la carena de un barco veneciano.

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A los cristales que, sujetos por molduras doradas según el gusto bizantino, cubren las pinturas que decoran las paredes del café Florian les ha sido encomendado el trabajo de protegerlas. Pero su verdadera vocación es la de espejos deslumbrados por las luces venecianas.

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El nombre de Venezia es el espejo literal en el que se mira la "z" del Gran Canal.

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El traghetto cruza de una a otra orilla sorteando lanchas y vaporetti, zigzagueando con profusión de zetas que son el reflejo acuático del cauce del Gran Canal.

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En los espejos venecianos vi reflejada mi propia imagen, sin comprender que me acusaban del mismo narcisismo que me tiene aquí escribiéndome en Venecia.

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