En Venecia se ha contado el número de puentes y de canales, pero nadie podrá nunca jamás contar el número de leones, el animal que identifica a la Serenísima República desde que adoptó a San Marcos como patrón. Sólo en la Porta della Carta del Palacio Ducal hay setenta y cinco leones, según la contabilidad con la que se entretuvo Edward Verrall Lucas. Por su parte, Jan Morris elaboró una tipología, que no será completa, porque ninguna lo podría ser, pero que sí permite hacerse una idea de la infinita pluralidad. Me parece fabulosa y no me resisto a reproducirla:
“La ciudad rebosa de leones, leones alados y leones normales, leones grandiosos y leones raquíticos, leones en los portales, leones que sujetan ventanas, leones en ménsulas, leones orondos en los jardines, leones rampantes, leones soporíferos, leones amables, leones feroces, leones destartalados, leones vivaces, leones muertos, leones que se pudren, leone en chimeneas, en macetas, en cancelas de jardín, en divisas, en medallones, acechando entre el follaje, leones descarados encima de columnas, leones en banderas, leones en tumbas, leones en cuadros, leones a los pies de las estatuas, leones realistas, leones simbólicos, leones heráldicos, leones arcaicos, leones mutilados, leones de quimera, medioleones, superleones, leones con cola larguísima, leones con plumas, leones con joyas por ojos, leones de mármol, leones de pórfido y un león real, extraído de la vida, tal como dice el artista con orgullo, por el infatigable Longhi y colgado, entre el resto de sus cuadros de genre en la galería Querini-Stampalia. Hay leones griegos, leones góticos, leones bizantinos e incluso leones hititas. […] Todas las placas de hierro de compañías de seguros tienen un león alado, e incluso aparece un león apesadumbrado al pie de la Cruz en una pintura de la Scuola de San Marco”.
Tal es la variedad, que hay leones para todos los gustos. Y Jan Morris no oculta el suyo propio y elige, entre tal profusión leonina, aquellos que le resultan más imperiales, más feos, más tontos, más misteriosos, más modestos, más directos, más patéticos, más desnutridos, más vistosos, más indecisos, más seniles, más sufridos, más francos, más enigmáticos, más seguros de sí, más atléticos, más amenazadores, más reprochadores; y se detiene antes de confesar cuál es el que le parece el más alegre entre todos. Jan Morris tiene razón al hablar de la “obsesión chiflada” que siempre ha provocado el león en los venecianos. Y que continúa afectándoles, porque lejos de estar cansados del felino, lo siguen colocando en forma de aldabones y aldabillas en sus puertas, para complicar todavía más, como si eso fuera necesario, la vida al inverosímil osado que un día decidiese acometer la misión imposible de contabilizar el derroche de leones. Por otra parte, hay que advertir al futuro visitante de Venecia –y éste ha de tomar buena nota, porque el aviso no consta en ninguna guía de la ciudad– que esa “obsesión chiflada” es absolutamente contagiosa.
Los leones más cursis y redichos de Venecia son los que decoran la tapia que rodea el Palazzo Cavalli-Franchetti, en uno de los extremos del puente de la Accademia. Es insoportable la arrogancia presuntuosa de esos lechuguinos que han hecho la permanente a sus melenas hasta que parezcan chorreras postizas.
Los tres leones que se encuentran a la izquierda de la puerta del Arsenal parecen la representación de las tres edades del león. Sólo el mayor gira la cabeza para mirarse a sí mismo en dos momentos anteriores. Los leones deben de ser, como nosotros, sólo memoria.
“La ciudad rebosa de leones, leones alados y leones normales, leones grandiosos y leones raquíticos, leones en los portales, leones que sujetan ventanas, leones en ménsulas, leones orondos en los jardines, leones rampantes, leones soporíferos, leones amables, leones feroces, leones destartalados, leones vivaces, leones muertos, leones que se pudren, leone en chimeneas, en macetas, en cancelas de jardín, en divisas, en medallones, acechando entre el follaje, leones descarados encima de columnas, leones en banderas, leones en tumbas, leones en cuadros, leones a los pies de las estatuas, leones realistas, leones simbólicos, leones heráldicos, leones arcaicos, leones mutilados, leones de quimera, medioleones, superleones, leones con cola larguísima, leones con plumas, leones con joyas por ojos, leones de mármol, leones de pórfido y un león real, extraído de la vida, tal como dice el artista con orgullo, por el infatigable Longhi y colgado, entre el resto de sus cuadros de genre en la galería Querini-Stampalia. Hay leones griegos, leones góticos, leones bizantinos e incluso leones hititas. […] Todas las placas de hierro de compañías de seguros tienen un león alado, e incluso aparece un león apesadumbrado al pie de la Cruz en una pintura de la Scuola de San Marco”.
Tal es la variedad, que hay leones para todos los gustos. Y Jan Morris no oculta el suyo propio y elige, entre tal profusión leonina, aquellos que le resultan más imperiales, más feos, más tontos, más misteriosos, más modestos, más directos, más patéticos, más desnutridos, más vistosos, más indecisos, más seniles, más sufridos, más francos, más enigmáticos, más seguros de sí, más atléticos, más amenazadores, más reprochadores; y se detiene antes de confesar cuál es el que le parece el más alegre entre todos. Jan Morris tiene razón al hablar de la “obsesión chiflada” que siempre ha provocado el león en los venecianos. Y que continúa afectándoles, porque lejos de estar cansados del felino, lo siguen colocando en forma de aldabones y aldabillas en sus puertas, para complicar todavía más, como si eso fuera necesario, la vida al inverosímil osado que un día decidiese acometer la misión imposible de contabilizar el derroche de leones. Por otra parte, hay que advertir al futuro visitante de Venecia –y éste ha de tomar buena nota, porque el aviso no consta en ninguna guía de la ciudad– que esa “obsesión chiflada” es absolutamente contagiosa.
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Los leones más cursis y redichos de Venecia son los que decoran la tapia que rodea el Palazzo Cavalli-Franchetti, en uno de los extremos del puente de la Accademia. Es insoportable la arrogancia presuntuosa de esos lechuguinos que han hecho la permanente a sus melenas hasta que parezcan chorreras postizas.
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Los tres leones que se encuentran a la izquierda de la puerta del Arsenal parecen la representación de las tres edades del león. Sólo el mayor gira la cabeza para mirarse a sí mismo en dos momentos anteriores. Los leones deben de ser, como nosotros, sólo memoria.
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Dos de los leones que más me fascinaron son obra de Carpaccio. El primero, Il leone andante di San Marco, se encuentra en el Palacio Ducal. El segundo, el que aparece en San Gerolamo e il leone nel convento, está en la Scuola di San Giorgio degli Schiavoni. El primero es un león alado, imponente, que posa una de sus patas delanteras en el libro con la consabida leyenda, Pax tibi, Marce, Evangelista meus. Es un león que, como todos y cada uno de los detalles del Palacio que lo acoge, pero quizás mejor que cualquiera de ellos, proclama la grandeza de la Serenísima República. Un león para la propaganda. El segundo león, el que acompaña a San Jerónimo en su entrada en el convento, tuerce la cabeza en un gesto manso como si fuera un inofensivo y tierno gatito. Convierte en cómico el susto de los monjes que, con revuelo de hábitos, salen corriendo despavoridos al verlo. Un león para una viñeta de cómic. Resulta realmente increíble que los dos leones se deban al mismo pintor.
Excusa improvisada para prolongar el paseo nocturno por la ciudad de los leones: No nos iremos a dormir hasta encontrar un león que nos eche la lengua. De madrugada, dimos con el león más impertinente e inoportuno de toda Venecia, el que se burló de nosotros y nos mandó a la cama. Venecia leonina y lúdica.
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Dos de los leones que más me fascinaron son obra de Carpaccio. El primero, Il leone andante di San Marco, se encuentra en el Palacio Ducal. El segundo, el que aparece en San Gerolamo e il leone nel convento, está en la Scuola di San Giorgio degli Schiavoni. El primero es un león alado, imponente, que posa una de sus patas delanteras en el libro con la consabida leyenda, Pax tibi, Marce, Evangelista meus. Es un león que, como todos y cada uno de los detalles del Palacio que lo acoge, pero quizás mejor que cualquiera de ellos, proclama la grandeza de la Serenísima República. Un león para la propaganda. El segundo león, el que acompaña a San Jerónimo en su entrada en el convento, tuerce la cabeza en un gesto manso como si fuera un inofensivo y tierno gatito. Convierte en cómico el susto de los monjes que, con revuelo de hábitos, salen corriendo despavoridos al verlo. Un león para una viñeta de cómic. Resulta realmente increíble que los dos leones se deban al mismo pintor.
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