Cartafolio veneciano (XVI)

Cuando los turistas rescatan del olvido a los insectos es casi siempre para maldecirlos por su saña aguijoneadora. No sucede así en Venecia, que invita a afectar el vuelo de una libélula para validar la tarjeta de transporte antes de viajar en vaporetto.


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En la noche anterior a la festividad del Redentore, el gran espectáculo no lo constituyen los fuegos de artificio, absolutamente modestos en comparación con el derroche de pólvora que acostumbra aquí hasta el más pequeño pueblo, sino el regreso de las embarcaciones que por millares se han concentrado en el Bacino San Marco para contemplar la pirotecnia. Cuando todavía no se ha disipado la densa nube de humo de los fuegos, remontan el Gran Canal con sus farolillos encendidos, componiendo una maravillosa procesión de luciérnagas blancas, verdes y rojas. Resulta indignante que la policía desaloje, expeditivamente y de muy malas maneras, el puente de la Accademia, impidiéndonos disfrutar de esa estampa única y hermosísima. No tengo vocación de chivata, pero considero más que justificada la denuncia contra la insensibilidad policial que deslicé en una bocca di leone.

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