Cartafolio veneciano (XIV)


En la Piazza de San Marco unos carteles avisan de la prohibición de dar de comer a las palomas. El ave que en ellos aparece tiene plumas que parecen púas, la cresta enorme y tiesa de un gallo de pelea, el caparazón de una tortuga, un cabeza que es todo pico y por patas, los afilados dientes de un serrucho. Si este ejemplar del bestiario veneciano fue diseñado, como parece evidente, para resultar amenazador, constituye un rotundo fracaso. Porque el caso es que no intimida a nadie y, desde luego, no disuade a los visitantes de alimentar a las palomas. De lo que cabe deducir que la caricatura sólo tiene éxito si es capaz de evocar un referente ideal que el espectador guarda en su memoria; cuando eso sucede, estará dispuesto no sólo a admitir la distorsión caricaturesca, sino a contemplarla como el más eficaz retrato. La caricatura tiene mucho más difícil el éxito cuando su modelo real anda demasiado cerca, permitiendo la confrontación de la representación con lo representado. Nadie reconoce en el engendro de los carteles a estas palomas que revolotean alborotadas, pero pacíficas, alrededor de un niño que les da de comer en San Marcos.

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