Cartafolio veneciano (VI)


El modo de llegar a Venecia es una de las convicciones en las que se parapetan, absolutamente irreductibles, quienes han viajado a ella en alguna ocasión. No es la única; acostumbran poseer y pregonar muchas más. Casi todas se refieren a la hora en que hay que hacer tal o cual cosa. Señalan un momento, exacto e ineludible, en el que tomar un café en el Florian, un spritz en cierto campo o un cicheto e un’ombra en una de las tabernas próximas a Rialto. No es otro el instante en el que disfrutar de las vistas desde las Zattere que el que ellos indican. Defienden que hay que visitar la Basílica de San Marcos en el momento del día, ni antes ni después, en que la luz del sol entra en el templo incendiando los mosaicos, porque de otra forma no podremos decir que conocemos el templo. Pero es el crepúsculo el momento de mayor prestigio de Venecia y de todas las islas de la laguna, cuando el visitante ha de apresurarse si quiere atender todos sus deberes, como regresar a Venecia desde el Lido o pasear por Torcello. ¿Han tomado buena nota de las recomendaciones? ¿Sí? Pues olvídenlas. A no ser que no les importe enloquecer planificando el día en Venecia según esos usos y husos horarios. Por otra parte, la hora en el que uno toma su café en el Florian o en el Quadri y aquella en la uno se aproxima en un vaporetto a la Riva degli Schiavoni, el Palacio Ducal y la Piazzeta siempre será la hora.

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Esos que dicen que cada lugar de Venecia tiene su hora y cada hora veneciana, su mejor escenario, son peligrosos lobos desacreditadores de la ciudad que se hacen escuchar al presentarse disfrazados con las pieles de cordero de su supuesto amor por Venecia. En realidad, no saben apreciar la belleza de cualquier rincón y de cualquier momento en Venecia. Hacen casi tanto daño a la ciudad como aquellos que difundieron la especie de que Venecia es sólo un destino adecuado para un estado de ánimo, ya sea el de lánguidos, deprimidos y decimonónicos románticos o el de empalagosas parejas de enamorados que desean mecerse en una góndola.

2 comentarios:

Ana Bande dijo...

pues yo conocí a un afamado escritor que se vanagloriaba de haber escrito una novela ambientada en Venecia sin "por supuesto" haber estado allí...¿que te parece?

Lieschen dijo...

No se me ocurre a qué novelista te puedes referir. ¿Me das una pista? En cualquier caso, yo diría que Venecia exige la propia experiencia... por mucho que creamos conocer la ciudad a través de la literatura, la pintura, la fotografía, el cine... y por mucho que el arte nos haya enseñado a amarla, incluso sin haberla visitado.